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Hinata parpadeó y abrió la boca para decir algo, pero no supo qué

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Hinata parpadeó y abrió la boca para decir algo, pero no supo qué. Miró a Naruto en busca de algún gesto que la ayudara a entender la inesperada y absurda pregunta, aunque no le sirvió de mucho.

—Yo soy... —comenzó a decir, dubitativa.

—Mi esposa, padre —la interrumpió el guerrero—. Es insultante que dudes así de mi palabra.

—He preguntado a la dama y ha titubeado. No ha sido capaz de darme una respuesta convincente.

—¡Porque la estás abrumando con tus modales de oso! —exclamó él.

Hinata no sabía qué estaba pasando. No entendía aquella conversación, era una locura. Prefirió guardar un prudente silencio hasta que su cabeza consiguiera hilar todas las frases para encontrarle sentido a la discusión que mantenían padre e hijo. 

¿Esposa? ¿De quién, de Naruto? ¿Acaso el malentendido de la noche anterior se había extendido entre aquellas gentes y el guerrero no había tenido la decencia de aclararlo?

—¿Me haría el favor de quitarse los guantes? —le preguntó el laird Minato.

Hinata miró sus manos, ocultas por el suave cuero que las habían protegido del frío y de las rozaduras de las riendas del caballo durante el viaje.

—¿Qué pretendes, padre? —quiso saber Naruto.

—Solo ver sus manos. Solo eso.

—¿Acaso dudas también de que sea una dama?

Hinata recordó lo que su madre les había dicho a sus hermanas y a ella en alguna ocasión: que las verdaderas damas se reconocían por sus manos, suaves y cuidadas, ya que se diferenciaban de las de una campesina porque no se veían en sus palmas las marcas del duro trabajo diario.

—Os complaceré, mi señor —le dijo al hombre, antes de quitarse los guantes.

No sabía a qué estaba esperando Naruto para aclarar aquella incómoda situación, pero decidió confiar en él tal y como le había pedido en lo alto de la loma, un rato antes, y seguirle la corriente hasta ver adónde les conducía todo aquello.

Le mostró las palmas de sus manos al laird, para que comprobara por sí mismo que no había callos ni durezas ni arañazos.

—Lo sabía —exclamó Minato, triunfal—, no lleváis anillo de casada ni veo en vuestro cuello el lazo de unión con los colores de nuestro clan. ¿A qué viene esta pantomima, Naruto? —preguntó a su hijo.

—¿Naruto? —preguntó también Hinata, que se estaba poniendo nerviosa ante la censura de ese hombre que ni siquiera la conocía.

El guerrero se acercó a ella y, dejándola pasmada, tomó una de sus manos y se la llevó a los labios para besarla. Después, buscó con dedos suaves en la zona de su cuello y tiró de la cadena que llevaba colgada para sacar el anillo escondido entre sus ropas.

Hinata la valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora