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Fortaleza de Namikaze, hogar de los MacUzumaki

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Fortaleza de Namikaze, hogar de los MacUzumaki

Todos los que estaban sentados a la mesa en aquella reunión miraban a Minato, su laird, con evidentes muestras de desaprobación.

—Él debería estar aquí —se oyó la voz de uno de los consejeros.

—Es el hijo del laird, nuestro futuro jefe. ¿Cómo vamos a celebrar los Juegos si Naruto no está para representar a nuestro clan? Es nuestro mejor guerrero —dijo otro.

Minato mantenía los ojos clavados en la madera de la mesa, incapaz de hacer frente a los reproches. Tal vez, si le hubiera prestado ayuda a su hijo cuando se la solicitó, ahora lo tendría de nuevo a su lado. ¡Mas no podía arrepentirse de habérsela negado! 

El muy inconsciente quería que su gente se enredara en la lucha de poder por el mandato de otro clan. ¡No era asunto suyo! ¡No era responsabilidad de los MacUzumaki poner orden entre los Anbu! Y todo por aquella jovencita... Minato apretó los dientes. 

Podía entender el capricho de un hombre por una mujer, pero Naruto había llevado su enamoramiento hasta más allá de los límites aceptables. Por seguir a Ino, su hijo había abandonado a su propio clan, su familia... a él, que, como padre, jamás hubiera esperado eso de su primogénito.

Les habían llegado noticias de que, por fin, las disputas en el clan Anbu se habían resuelto y que Sai, el bastardo del anterior laird, se había convertido en su nuevo jefe. Y no solo eso. Además, se había casado con la mujer que con tanta devoción había protegido Naruto. La joven que le había robado el corazón a un MacUzumaki y que así lo agradecía: casándose con otro.

—Naruto debe de estar destrozado —murmuró Minato para sí, abstrayéndose unos segundos de las quejas de sus hombres de confianza.

Y es que llevaban así ya varios días. Se acercaba la fecha de los Juegos y ese año los MacUzumaki eran los encargados de organizarlos y de acoger a los otros clanes que participarían en las competiciones. 

Ninguno de los allí presentes concebía que se celebraran sin contar con la presencia de Naruto, su campeón, su futuro laird. Para todos ellos era muy importante demostrar la fuerza de su clan a través de la persona que los lideraría en el futuro. Era una cuestión de orgullo, de honor y de lealtad para con su gente. Naruto los representaba a todos y, si no estaba allí para defender a los MacUzumaki, ¿Qué sentido tenían esos Juegos?

—Yo puedo competir —dijo alguien desde la puerta del salón donde se reunían los hombres.

Todos se giraron hacia el recién llegado, un muchacho de quince años que avanzó hacia ellos con una expresión decidida en su rostro imberbe.

—Y competirás —respondió Minato a su hijo pequeño, fruto de su segundo matrimonio—. Pero lo harás con jóvenes de tu edad, Konohamaru.

—Soy fuerte, padre, puedo medirme con los guerreros de otros clanes igual que lo haría Naruto —insistió el chico.

Hinata la valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora