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Aquella noche, cuando Hinata regresó a la alcoba, Naruto había desaparecido

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Aquella noche, cuando Hinata regresó a la alcoba, Naruto había desaparecido. Durmió sola, aunque, a diferencia de la noche anterior, no descansó apenas. La cabeza le bullía de pensamientos y su cuerpo no lograba relajarse lo suficiente.

Estaba alterada, molesta, incómoda.

Durante largos minutos había renegado de la irreprochable honorabilidad del guerrero. No le había importado nada fingir y engañar a su familia, a toda su gente, respecto a su falso matrimonio. Pero era incapaz de traspasar la línea de lo moralmente correcto en lo que concernía a su relación.

O tal vez era, simplemente, que continuaba amando a Ino y se había dado cuenta de que saciar sus instintos más bajos con una dama distinta no era digno de un caballero, de un verdadero amigo.

Le echaba a él la culpa de su estado perpetuo de frustración obviando que, ella misma, el día anterior, se había convencido de que trazar esa línea que los separaba era lo mejor si no quería echar a perder la misión de ayudar a Shion.

La llegada del nuevo día fue una liberación y se levantó de la cama con alivio. A pesar de la falta de sueño, tenía la mente completamente despejada y sabía que durante aquel día no podría acercarse a Naruto. 

Si de algo le habían servido aquellas horas en vela, era para asumir que su cercanía no le hacía ningún bien. Sobre todo, ahora que empezaban los Juegos. Lo desconcentraba. No deseaba que, por su culpa, él hiciera un mal papel. 

Sabía que su gente lo consideraba un guerrero excepcional y su hermana Ino también había mostrado siempre mucha confianza en sus habilidades. Si Naruto fallaba, Hinata iba a sentirse responsable.

Sumire acudió como cada mañana y ella constató la emoción que embargaba a la doncella en un día tan señalado. La rodeaba un halo de especial entusiasmo.

—¿Cómo ha dormido, mi señora? —le preguntó con una enorme sonrisa.

—No muy bien.

La joven chasqueó la lengua sin perder su aire risueño.

—Eso son los nervios. No debe preocuparse, yo confío en que destacara en el concurso. A fin de cuentas, lleva haciéndolo desde que llego. Tenemos mucha fe en usted.

—¿Quiénes? —quiso saber Hinata.

La pregunta sorprendió a Sumire, que se quedó parada en mitad de la habitación con la ropa que había sacado del arcón en la mano.

—Bueno, no puedo hablar por todos los MacUzumaki, pero le seguro que, al menos, toda la servidumbre espera que deje al clan en un buen lugar.

—¿También han hecho apuestas entre ustedes? —Hinata recordó lo que Tenten le había contado el día posterior a que ella se ofreciera para participar en los Juegos.

—¡Oh, no! —exclamó la doncella—. No necesitamos apostar porque hemos visto cómo se ha desenvuelto estos primeros días entre nosotros. Solo alguien tan atrevido como usted se confeccionaría un traje con las alfombras de su alcoba y bajaría al gran salón como una reina —le confesó, guiñándole un ojo.

Hinata la valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora