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Estaba ocurriendo otra vez

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Estaba ocurriendo otra vez.

Naruto no podía apartar la mirada de la pareja que conversaba a pocos pasos de él. Era evidente que, entre Hinata y Toneri se había generado cierta confianza, porque, de lo contrario, ninguna joven soportaría estar a esa distancia de MacŌtsutsuki sin estremecerse de pies a cabeza.

Hinata no temblaba.

Y, de nuevo, él veía cómo la mujer que ocupaba su mente y su corazón buscaba la compañía de otro hombre.

Lo mismo que le había ocurrido con Ino cuando Sai Anbu reapareció en su vida.

Minutos antes, mientras escuchaba ese relato que a todos les había fascinado, apenas podía creerlo. ¿Hinata describía al guerrero del que se enamoraba la protagonista con los rasgos de Toneri? Además, la similitud entre su historia y lo ocurrido en su primer encuentro con MacŌtsutsuki era evidente. 

Ella se había plantado delante de su caballo para salvar a un niño, y la joven Eara de su cuento se había interpuesto entre la bestia Morh y su pequeño hermano. Sin duda, demasiadas coincidencias. ¿Quería eso decir que, al igual que Eara, Hinata se había prendado de Toneri?

Durante toda la actuación, Naruto había sentido como si alguien le estuviera estrujando el corazón. No podía ser verdad lo que escuchaba. Hinata no podía estar narrando su enamoramiento, camuflado de mágica leyenda, delante de todos los miembros de los clanes que escuchaban muy atentos y sobrecogidos cada una de sus palabras. 

Sus compatriotas no eran tontos y, con aquellas descripciones, llegarían muy rápido a la misma conclusión que él: entre su falsa esposa y el laird MacŌtsutsuki había algo.

No lo torturaba tanto el hecho de volver a estar en boca de todos como la posibilidad de que hubiera un ápice de verdad en sus suposiciones. ¿Hinata y Toneri? Se le revolvieron las tripas solo con imaginarlo.

La pasada noche había sido horrible. Haber dejado que la joven se marchara de la alcoba después de haberla cargado hasta allí sobre su hombro, había sido un auténtico ejercicio de autodisciplina. En cuanto ella regresó al salón, él se había apoyado sobre la puerta y había cerrado los ojos, consumido por una necesidad que jamás había sentido.

Ni siquiera con Ino.

La había visualizado en ese momento, dulce y serena, solo para reconocer que la joven Anbu siempre le había suscitado ternura y, cuando no pudo tenerla, mucha melancolía.

Pero jamás ese ardor.

Jamás esa lascivia que notaba recorriendo sus venas, con el cuerpo en llamas.

A Hinata, aquella noche, si no la hubiera dejado escapar, la habría devorado entera. Y no habría parado hasta saciarse de ella por completo... si es que acaso aquello era posible.

Por eso había competido con esa intensidad durante la jornada de los Juegos. Todo ese fuego que llevaba dentro lo había usado a su favor, desquitándose. Había cambiado la frustración por el empuje necesario para lanzar más lejos que nadie el pesado tronco, alzándose con la victoria.

Hinata la valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora