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—Chica, ¿puedes darme una cerveza?

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—Chica, ¿puedes darme una cerveza?

Los ojos de la joven encargada de servir a los guerreros tras los entrenamientos se agrandaron cuando Toneri se dirigió a ella. El laird MacŌtsutsuki suspiró, hastiado. Aquella era la reacción de todos los que se cruzaban en su camino y no pertenecían a su clan.

De hecho, pensó, incluso los sirvientes de su fortaleza, Mullach Creige, también lo miraban así a veces.

Jamás le había importado lo más mínimo.

Sin embargo, desde que se había topado por primera vez con esa sassenach morena, algo había cambiado.

Ella no le tenía miedo. Ella le había plantado cara e, incluso, aquella misma mañana, se había atrevido a increparlo clavándole un dedo en el pecho. 

¡Había osado tocarlo! Mientras esperaba a que las manos temblorosas de la muchacha le sirvieran la bebida, se pasó la mano por la zona donde Hinata MacUzumaki lo había señalado varias veces con el índice.

—Espera, déjame a mí, yo serviré al laird MacŌtsutsuki.

Toneri se sorprendió cuando un hombre mayor salió de la nada y le arrebató la jarra de cerveza a la chica. Era evidente, por el parecido, que era su padre. Y era también evidente, y ofensivo, que trataba de protegerla de él. 

Una chispa de furia prendió en su interior al comprobar que incluso aquel individuo temblaba ligeramente al ofrecerle el refrigerio. ¿Acaso le había dicho algo amenazante a su hija? ¿Algo indebido? ¿Había hecho tal vez algún gesto agresivo al pedirle la bebida? 

En absoluto. Pero su aspecto, su pelo blanco y sus ojos, que siempre tildaban de demoníacos por su color indefinido, eran suficientes para amedrentar a cualquiera, aunque él ni siquiera abriera la boca.

—Gracias —se limitó a decir, en lugar de reclamar una explicación a ese miedo irracional.

Hacía demasiado tiempo que convivía con el terror que inspiraba su persona. Es más, siempre lo había alentado... Con un gruñido, se bebió de un trago la cerveza y devolvió la jarra vacía con el ceño más arrugado de lo que era habitual. 

Aquello no ayudaba a suavizar la impresión que causaba en los demás, pero estaba demasiado cansado como para analizar por qué, de pronto, lo incomodaba que todos lo vieran como un monstruo.

Regresó a su tienda de campaña y se fijó en que, a cada paso que daba, hombres, mujeres y niños se apartaban de su camino. Como si apestara. Como si temieran que los mirara, que los hablara o que los rozara siquiera al pasar.

Karin lo esperaba sentada en el catre que se había convertido en su cama durante aquella estancia en Namikaze. Nada más entrar, la joven pelirroja se levantó y fue directa a él.

—¿Has estado hablando con esa sucia sassenach? —lo acusó sin más.

—¿Sucia por qué? —se limitó a contestar, pasando de largo para ir a tumbarse donde ella estaba sentaba un momento antes.

Hinata la valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora