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Diciembre de 1549Hogar del barón de Konoha, Inglaterra

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Diciembre de 1549
Hogar del barón de Konoha, Inglaterra

Karin miraba por la ventana de la alcoba que compartía con Mito y en la que llevaba hospedada ya demasiados meses. En el exterior, un manto blanco cubría los jardines del castillo, aunque eso no impedía el paseo diario de las hermanas Hyūga. 

Iban bien abrigadas y aprovechaban cada uno de los tímidos rayos que les regalaba aquel sol de invierno, aunque dudaba mucho que sirviera para mantenerlas calientes. No entendía cómo les podía gustar el que sus pies se hundieran en la nieve, el viento helado les congelara las pestañas y el frío terminara por atravesar todas las capas de ropa hasta metérseles en los huesos.

Karin sospechaba que, lo que en verdad disfrutaban, era el momento de regresar al interior del castillo. Conocía sus rutinas de memoria. Tras llenar sus pulmones con el aire limpio y frío de la mañana, se reunían en el saloncito de la baronesa y los criados les servían infusiones calientes que bebían frente al fuego de la chimenea. 

Ella las acompañaba a veces y tenía que admitir que jamás se había sentido una intrusa entre las hermanas. Tal vez porque no era la única que se unía a esas reuniones. La propia baronesa y las damas de compañía de las Hyūga —Shizune, la señora Yūhi y Sami, esa joven del nuevo mundo que servía en casa del español y que había sido toda una sorpresa conocer— compartían esos ratos indiscutiblemente femeninos en los que hablaban, hablaban y hablaban...

Karin no participaba mucho en las conversaciones, aunque agradecía los esfuerzos por incluirla.

A veces.

Otras, cuando era consciente de los lazos que unían a las Hyūga, de la infancia que habían compartido, de las vidas que algunas de ellas habían conseguido al lado del hombre que amaban, solo tenía ganas de encerrarse en su recámara y alejarse de todo lo que a ella se le había negado en la vida.

Como el hecho de tener a su bebé.

Desde la ventana, contempló el abultado vientre de Shion. Había ido creciendo ante sus ojos durante aquel tiempo, provocando toda clase de sentimientos en la gente que la rodeaba y la quería. Por un lado, miedo e incertidumbre porque la maldición aún pendía sobre sus cabezas como una espada de Damocles. 

Por otro, alegría que se mezclaba con esperanza, porque ya faltaba muy poco para que esa criatura viniera al mundo y estaban convencidos de que, en esta ocasión, con Mito y con ella de su lado, todo saldría bien.

Karin envidió a la futura madre. No les había llegado a confesar a las hermanas su pérdida, aunque, durante una de aquellas conversaciones en el salón de la baronesa, se enteró de que Temari también había pasado por esa experiencia. 

En esos momentos, se identificó con su dolor y quiso pensar que el futuro podría depararle el consuelo de volver a intentarlo y conseguir ser madre, tal y como le había ocurrido a la mayor de las Hyūga cuando dio a luz al pequeño Shikadai.

Hinata la valienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora