Aria siempre ha sido una chica risueña y alegre, capaz de encontrar el lado divertido de cualquier situación. Pero su optimismo es puesto a prueba cuando su madre decide mudarse con su nueva pareja. Ahora, Aria se enfrenta a un desafío mayor: adapta...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—¡Estamos encerradas! —bramé, moviendo la puerta con violencia—. ¡¿Hay alguien?! —grité mientras mis puños golpeaban la puerta.
La música inundó mis oídos. No, nadie nos oiría. Estábamos atrapadas y, poco a poco, nos quedaríamos sin aire para respirar. Me lancé sobre ella y la agité con fuerza. Sus ojos casi se salieron de las órbitas ante mi gesto inesperado.
—¡¿Qué haces?! —masculló la chica, intentando soltarse de mi agarre. La miré asustada—. Vamos a morir asfixiadas; este es nuestro fin —dije de forma dramática. Pude vislumbrar un atisbo de sonrisa que me sacó de mis casillas.
—¡¿Cómo puedes estar sonriendo cuando estamos a punto de morir?! —alcé las manos de manera exagerada. Para mi sorpresa, empezó a reírse.
Era la primera vez que la veía reír así. Desde que había irrumpido en su casa como la nueva hijastra de su padre, no la había oído reírse de esa manera. Era algo agradable.
En mi mente ingenua pensé que podríamos llevarnos bien, pero las circunstancias no estaban de nuestro lado. Cuando mi madre anunció la mudanza de forma inesperada, sentí que mi mundo se derrumbaba. Debía cambiar todo lo que conocía, abandonar la casa de mi infancia y hospedarme con unos desconocidos.
Para ella tampoco había sido fácil. Ambas habíamos mantenido una distancia prudencial; no habíamos hablado más de lo estrictamente necesario. Por eso, verla de ese modo me gustó... tenía una risa preciosa.
—¡¿Te estás riendo?! —jadeé. Ella me miró con una ceja alzada—. Estamos en un cuarto espacioso, no creo que nos quedemos sin aire —se burló. Me acerqué de nuevo a ella.
—Eso tú no lo sabes... y si no nos encuentran, y si morimos asfixiadas... ¡Por Dios! ¿Y si no encuentran nuestros cuerpos? —dije aún horrorizada. Las manos me temblaban.
Ella se llevó unos dedos a la sien y lanzó un suspiro. Estaba a punto de recriminarle que no debía estar tranquila cuando, de golpe, la vi frente a mí. Sus ojos bajaron hacia mis labios y luego subieron hasta los míos.
—Eres muy ruidosa —dijo, y sin más, estampó sus labios contra los míos.
No me esperaba aquel gesto. Noté sus palmas directamente a mi trasero y me atrajo hacia ella. Me quedé estática, sin saber qué hacer ni qué decir.
Sentí cómo su lengua intentaba adentrarse en mi boca. Me di cuenta de que la había cerrado instintivamente. Separándose de mí, me miró con un brillo extraño en sus ojos. Con el dedo índice se señaló la boca.
—Cuando alguien te besa, debes abrir la boca —se burló. La miré incrédula.
—¿Qué? —pregunté confundida.
Aprovechó eso para lanzarse sobre mí de nuevo. Su lengua y la mía se encontraron, y antes de que me diera cuenta, estaba contra la pared. Mis manos se aferraron a su cabello corto y sentí cómo mi respiración se agitaba.
Pero esa magia se acabó de inmediato cuando unos pasos resonaron afuera. Inmediatamente, ella se separó de mí. Un segundo después, la puerta se abrió. Aún estaba tan aturdida que no sabía de quién se trataba. Miré a la chica que pasó a su lado sin decir una sola palabra.
—¿Qué ha pasado, Aria? —preguntó Cole, incrédulo.
Le miré desorientada.
—Creo que me ha salvado de no morir asfixiada —dije, y sin más, le cogí del brazo y salimos del cuarto.
Aún en mi mente estaba el recuerdo de aquel beso, y en mi cabeza se formuló una pregunta: "¿Qué había pasado aquí?"