🏈Capítulo 36🏈

7.6K 586 152
                                    

Reaccionar o no.


Mae Sanders

Esto no me gusta para nada.

Kylie no ha aparecido, se supone que debe de haber llegado hace una hora, solo fue a visitar a alguien y luego iba por ropa, pero ni siquiera contesta los mensajes. Su celular suena apagado, ¿dónde está?

La abuela Naya está en el balcón sentada, esperando a mi prima. Dafne se encuentra comiéndose una manzana, sin dejar de enviarle miles de mensajes a su mejor amiga.

—Algo ha pasado, Mae —me volteo para fijar mi vista en la pelinegra.

—No me han avisado si mi madre llegó de viaje. Voy a llamarla —de una vez marco su número, pero me manda a buzón.

Empecé a atar cabos y... mi madre la tiene. Es obvio que tiene a Kylie, ¿entonces por qué no responde ni ella? Oh, no.

—¿Te respondió...?

—Tú encárgate de que mi abuela no se preocupe, ¿vale? Yo voy a buscarla —tomé mi bolso y abrí la puerta.

—Pero me avisas de cualquier cosa —asiento y salgo corriendo al ascensor.

Apenas llego al parqueadero busco mi auto, mi celular volvió a vibrar, creí que era mi madre o Kylie, pero en realidad es Travis. Le contesté al subirme en mi Tesla y encenderlo, cerrando la puerta.

—Mae...

—No te vayas a preocupar, ¿vale? —le pido.

—¿Dónde está mi novia? —bramó con seriedad al otro lado de la llamada.

—Creo que está con mi mamá, Kylie salió hace horas y no ha vuelto, su celular está apagado. Estoy yendo en este momento a mi casa para buscarla allá —maldijo.

—Voy para allá.

—No, no. Yo me encargo, tú debes estar con tu equipo...

—Mi deber es cuidar al amor de mi vida. Te llamo cuando llegues —cuelga.

Sonreí de lado por lo primero que dijo, quién diría que el mujeriego del campus se enamoró locamente de una chica que le gusta llevarle la contraria. Adoro a Kylie por ello.

Salgo del parqueadero y voy rumbo a mi casa. Intento no pensar en que mi jodida madre puede estar lastimándola, ¿a quién quiero engañar? Ella perdió la cabeza y ahora quiere salirse con la suya, no pienso dejarla. He callado muchas cosas malas, ahora no lo haré de nuevo. Es mi madre, si, pero ya no la considero como tal. No puedo creer que desde que era una niña intenté de todo para tener su atención, ella jamás me quiso tener, odiaba tener hijos porque la escuchaba decirlo durante años sin que se percatara de mi existencia —ella y papá jamás se atrevieron a conocerme realmente —. Ahora ya soy adulta y debo valerme por mi misma.

Cuando llego a la casa, hay cinco guardias custodiando la entrada, fruncí el ceño cuando me impidieron entrar. Abrí la ventana para mirar enojada a uno.

—Esta es mi casa —aclaro.

Se ajustó sus lentes oscuros.

—Su madre nos dió órdenes de no dejarla entrar, señorita Sanders.

¿Que ella, qué?

¿Por qué actúa así?

—Dígale a mi madre que no me importa, es mi jodida casa y pienso entrar —negó.

—Nos veremos con la obligación de llamar a la policía por no respetar las órdenes —le puse mala cara.

—Mi madre está loca, ¿piensan cubrirla? —no dijo nada.

Fingiendo por tres meses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora