Capítulo 26

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C. 26: Irrealidad
-¡Francesca! ¡Francesca, mírame!

-¡Déjame en paz de una puta vez!

Su alma actuaba tan distante, tan fría. La sangre de ambos, corriendo y ardiendo por nuestros cuerpos de pies a cabeza. ¿Y qué más daba lo demás? ¿Y qué más daba?

-¡Cometí un error, lo admito! ¡Pero es que...

-¡ESTOY CANSADA! ¡No puedo continuar con esta maldita desgracia que piensas llamar algún día matrimonio! ¡No puedo!

-Por favor, te lo ruego, necesitamos hablar...por favor...-la fuerza de mi voz estaba decayendo. Cada vez, y cada vez más.

-¿Quieres hablar? Hablemos.

Sus ojos verdes me encontraron, y me paralizaron. Esta vez no lloraban, pero sentían dolor.

-¿Cómo estuvo?

-¿Q-qué?

-Dijiste que querías hablar, hablemos-impuso con la rabia de sus amígdalas. Firme, distante, intensa. Me daba escalofríos-. ¿Cómo estuvo ella? ¿Estuvo bien? ¿Lo disfrutaste?

Tragué saliva. Tenía ganas de escapar y llevarme conmigo los errores solamente. Quizás de alguna manera aprendería.

-No significó nada-murmuré.

Francesca enarcó una ceja, y con la voz temblándole de furia pronunció las palabras:
-Andá a contárselo a alguien que se lo crea.

-Por favor, Fran. Sé que...sé que hice algo estúpido, terrible pero...-me pesaban los párpados, y las rodillas estarían a punto de desvanecerse hasta el suelo-Estaba fuera de sí...estaba loco, sabes que yo no hago este tipo de cosas...

-Diego, es que tú no lo entiendes...-agachó la mirada, congelándome la piel-No puedo siquiera verte en este maldito momento. Eres un cabrón, un imbécil. Pero no cualquier imbécil. Eres el imbécil que me destrozó. El imbécil que jodió a su ex-novia, y la destrozó igualmente. Y aún peor, eres el imbécil que destruyó a mi mejor amiga, y yo no puedo estar con un idiota así...no puedo...

-Sí, soy un imbécil. Un idiota...que te ama. Y qué haría cualquier cosa por obtener tu perdón, porque perdería la cabeza antes de perderte a ti...por favor, Francesca...tan sólo...

Intenté acariciar su brazo, con la piel erizada hasta el cuello. Pero ella se apartó, jamás la había visto de esta manera. Parecía tan ficticia, pero tan natural.
Tan irreal.

-No puedo siquiera tocarte, Diego...-mencionó cubriéndose la cara con ambas manos, sollozando.

-Fran, sé que cometí un error, y que no merezco tu perd...

-No cometiste un error. Cometiste dos errores, enormes. Dos errores con los que no puedo pasar el resto de mi vida.

-¿A qué te refieres...

Francesca se destapó la cara, con una sonrisa macabra y atormentadora, con el rostro húmedo y las mejillas rosadas.

-Ariana. Lo sé. Lo he sabido por los últimos dos meses.

***
Giré el picaporte del departamento, esperándome lo peor detrás de aquella puerta.

Y sin embargo, un cálido beso me recibió al tener un pie dentro.

-Hola, amor, te extrañé...-susurró su hermosa y melodiosa voz.

No pude siquiera responderle. Había vuelto de la casa de Violetta y aún seguía sin poder decir ni una palabra.
Y además debía decírselo a Francesca.

Sonreí forzadamente, y me aparté de ella lo más delicadamente.
¿Qué se supone que le diría? ¿Que me había acostado con su mejor amiga y que, además, tenía con ella una hija y esperaba otro bebé?
¿Que acaso estaba loco?

-Fran, necesitamos hablar...-manifesté con un inmenso nudo en la garganta.

-Dime, cariño-sonrió ella ampliamente. La notaba diferente a lo usual.

-Bueno...honestamente no sé siquiera por dónde comenzar...

Ella me miró con atención.

-Fran, tienes que saber que, te amo. No importa lo que pase, y no importa lo que atravesemos, te amo ¿vale?

-Diegui, me estás asustando...-titubeó.

-Fran...simplemente, yo....

Francesca me observó de arriba a abajo, y atentamente. Después de una corta pausa, se echó a reír con una pizca de sarcasmo.

-Espera, ¿me vas a decir que embarazaste a Violetta, cierto?

Abrí los ojos como platos. ¿QUÉ?

-Porque si es así-prosiguió, y sostuvo un par de valijas repletas, hasta el umbral de nuestro departamento-, ya me adelanté en cuanto a esa discusión.

No le daba crédito a mis propios ojos. Sabía, que en cuestión de minutos, perdería todo lo que tenía.

Y justo cuando levanté la mirada, me perdí en la suya.

Aquella que derrochaba la furia más tóxica que jamás había presenciado.

***
-L-Lo...sabías...-suspiré. Esto era todo.

-Sí, Diego...-sollozó con negatividad-Lo supe desde hace tiempo...desde el cumpleaños de Violetta...

Me quedé en silencio, pero quería gritar mil y un cosas.

-Esa noche, ella se desmayó por el alcohol, y tú la llevaste hasta el hospital...bueno, esa noche tuve que cuidar de Ariana por un par de horas, y justo ahí me di cuenta...-las lagrimas saltaban de sus ojos-Era tuya, Diego, no había manera de ocultarlo...Quería, deseaba tanto no creer eso, pero lo sabía...y la mañana siguiente, cuando me llamaron con aquellas malditas noticias...sabía que por eso, simplemente por eso, jamás llegaría a superar lo que tuviste con Violetta, porque ella tiene a Ariana, y yo tengo nada...De todos modos, semanas después, en aquella reunión de los chicos, confirmé con León, que él y Violetta jamás tuvieron relaciones sexuales...

Ambos nos quedamos en silencio, tragándonos las lagrimas y los malditos recuerdos.

-Es tuya, Diego. Siempre lo supiste, en el fondo.

-Lo siento...en verdad...

-Y ahora, otro bebé te espera, Diego...yo no tengo nada que ver en tu vida. Tienes que estar con ellos, con tus hijos.

-¡Pero, Fran, te amo!

Me eché a llorar en sus brazos, como un niño pequeño. Un niño pequeño, invadido de recuerdos y dolor. Mucho, mucho dolor.
La sostuve, y con esperanzas comencé a besar tiernamente su hombro. Lentamente, hasta llegar a sus labios, los cuales me rechazaron al sentir mi contacto.

-¡No, Diego, no!-exclamó, alejándose de mí unos cuantos centímetros-¡No puedes besarme y esperar que me olvide de todo! ¡No arregla nada!

Asentí levemente, desgarrándome el corazón por completo.

-Creo que debo irme-murmuró, para mi sorpresa.

-¿Qué?

-Debo irme, necesito irme.

Francesca tomó su equipaje, pero derribe sus valijas, con ilusiones a que se quedara.

-No puedes irte Fran, te amo. No puedo imaginar mi vida sin ti...-había un hueco, un vacío en el estómago que me impedía caminar, pensar, razonar, ¡la amaba!-Sin tu rostro...sin tu corazón...sin tu sonrisa...sin tu voz...

-Diego, solía pensar en ti como alguien que jamás me lastimaría de esta forma. Jamás-exhaló con frustración-. Pero ahora no puedo dejar de imaginarte con ella...no puedo...

Bajé lentamente hasta sus piernas, y arrodillándome me aferré a ellas.

-Por favor, no te vayas...

Un tintineo metálico sonó detrás mío, pero tenía tanto miedo por mirar. Aunque estaba más que seguro.

-Tarde o temprano pasaría.

Era su anillo.

Novela Diego - Ser quien soy 2da TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora