Capítulo 27

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Me sentía como un niño pequeño atrapado haciendo travesuras, y no era para menos, los padres de Darío y mi mejor amiga quien por coincidencias del destino era su hermana nos habían atrapado justo con las manos en la masa, o mejor dicho, con las lenguas atadas. Oh claro, y Román también estaba ahí, el pobre chico estaba callado y sin mover un músculo.

Darío no me había dejado despegarme de su lado, ahora estaba sentada junto a él en la cama de hospital, su mano estaba sobre la mía junto con los ojos de las cuatro personas en la habitación, las miradas no se nos despegaban ni un segundo. ¿Acaso nunca habían visto a una pareja besarse?, me repetía constantemente para no sentirme mas avergonzada de lo que ya estaba.

—¿Desde cuando están saliendo? —nos preguntó Marceline con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados, tenía toda la pinta de querer averiguar hasta el mas mínimo detalle de lo que sucedía entre su hermano y yo.

—Desde el viernes a las 10 de la noche —confesó Darío con voz tajante. ¿Las personas se vuelven mas valientes después de que les disparan?, porque si no era así, no sabía que era lo que le daba tanto valor a Darío como para decir que salía con la mejor amiga de su hermana, que, por si no fuese poco, es al menos 9 años mas chica que él. Además, se suponía que saldríamos en secreto, y eso no nos duró ni 3 días completos.

—¿No fue esa la noche en la que saliste con Rafael? —exclamó confundida.

Todos en la habitación, a excepción de Darío, me miraban con gran confusión en sus rostros. La pregunta de Marceline no había hecho más que hundirme en una mala reputación enfrente de mis nuevos suegritos.

—Yo cancelé esa cita por ella, ese tal Rodolfo no parecía un buen partido —no se si lo hacía para darle menos importancia, pero cambiarle el nombre a Rafael ya era un habito de Darío.

Román no pudo contenerse y una carcajada escapó desde su garganta.

Pero el buen humor no duraría mucho, pues alguien tocó la puerta. El padre de Darío se levantó del sofá donde había estado sentado desde hace no mas de 5 minutos, y cuando abrió la puerta todos nos quedamos callados. Un hombre de uniforme apareció imponente en el umbral de la puerta.

—Necesitamos hablar sobre la nota —dijo sin darle tiempo al señor Caruso de decir media palabra.

La madre de Marceline se levantó rápidamente y fue hasta donde estaba su esposo, los dos salieron de la habitación sin mirar atrás y en silencio. Al igual que yo, Marceline, Román y Darío nos quedamos con la vista clavada en la puerta cerrada, por donde se habían marchado los señores Caruso. ¿Hablarían con aquel hombre de uniforme de lo que había escuchado de la madre de Marceline? Un oso con la cabeza de una muñeca en una mano y una nota en otra no podía merecer menos que una charla.

—¿Crees que se refieren a esa nota? —le pregunté a Marceline. Su mirada perdida en el piso vagaba de una baldosa a otra, definitivamente algo corría de un lado a otro en la pequeña cabeza de mi amiga.

—Parece ser que si, ¿por qué querrían hablar de mis notas escolares? —bromeó Marceline con una sonrisa forzada que estaba ahí solo para aligerar la tensión en la habitación.

Román no hizo preguntas, seguía igual de callado que cuando entró a la habitación hace unos minutos.

De repente me di cuenta de lo tenso que estaba Darío a mi lado, su boca estaba cerrada con tal fuerza que hacía resaltar las venas en su cuello. Algo lo tenía así, y no era solo el hecho de que lo habían querido matar.

Mi mano apretó la suya, y cuando su mirada estuvo en mi rostro noté un temor que nunca había visto en él, incluso no lo había visto así cuando quemaron su casa.

Las Mentiras De KatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora