Capítulo 33

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—¡Dios! —gritó Kaori sosteniendo su pistola lejos de mi, al parecer sus reflejos eran buenos y la había alejado de mi en cuanto salté sobre él y se dio cuenta de que era yo— ¡¿por qué diablos usas un destornillador y una navaja suiza como armas de defensa personal?!

Buena pregunta, y solo yo sabía la respuesta.

—¡No es como si pudiera comprar una pistola! —le grité aun con adrenalina corriendo en mis venas.

—¡Estas loca! —me ofendió el desgraciado.

—¡Cuida tus palabras cuando me hablas, maldito infiel! —no puede contenerme, tenía que sacar a relucir sus defectos en esta discusión.

—¡¿Infiel?!, ¡no soy un infiel!

Estábamos a dos palabras de que lo abofeteara, pero Pedrito llegó para salvar el día.

—¡Dejen de gritarse, me provocan ansiedad los dos! —rugió Pedrito desde la puerta que ahora estaba abierta de par en par.

Su grito nos había dejado paralizados a los dos, como cuando tu madre te regaña a ti y a tu hermano por pelearse en la tienda por el único gansito que queda, claro, si tu madre mide casi dos metros y pesa tanto como un elefante bebé listo para asesinar a cualquiera que represente una amenaza para su cliente.

—Ok, relájate amiguto, solo estábamos teniendo una conversación y el tono se elevó un poco —trató de explicar Kaori.

Pedrito que ahora se notaba con menos ganas de asesinarnos a los dos, me quitó la navaja suiza y el destornillador, me jaló fuera de la casa sin decir una palabra y fue en ese momento que me di cuenta que no solo estábamos Kaori, Pedrito y yo en aquel lugar, había hombres vestidos de negro, jeans, camisetas, botas e incluso cinturones que sostenían pequeñas bolsas negras de ellos, parecía que estábamos a punto de hacer una redada.

—Sube al auto, te llevaremos con Darío, quiere hablar contigo —mi mente se transporto inmediatamente a los libros de mafiosos que solía leer cuando escuché a Pedrito decir aquello.

—Ella esta bien, no te preocupes vamos para allá —Kaori hablaba por teléfono, probablemente con Darío, el mensaje que le envíe segundos antes de que Kaori entrara en la casa tenía que haber provocado alguna reacción en Darío, pero aun así no tenía sentido, habían llegado antes incluso de que mandara en mensaje.

Estando de camino a casa de Marceline y Darío pude apreciar luces que nos seguían por las calles, definitivamente eran los hombres que habían estado fuera de la casa de Rafael, lo que me recordaba algo aun más importante, había encontrado evidencia importante en aquel lugar y debía decirle a Darío, el sabría que hacer con aquello.

Los autos que nos seguían se estacionaron calles antes de llegar a la casa, casi como si no quisieran que alguien dentro de la casa los viera, me parecía la cosa mas extraña del mundo, pero ahora no tenía tiempo de pensar en eso, debía de centrarme en lo que le diría a Darío, estaba segura de que él estaría tan enojado como para romperle la nariz al mismísimo papa si se lo ponían enfrente. Solo bastó con mirar a la casa para cambiar de opinión, sería mejor esperar a que se le pasara el coraje a Darío, mañana podría decirle lo que encontré.

Pedrito bajó del auto sin decir una palabra y entró en la casa.

—Vamos Alexis, baja ya —dijo Kaori después de abrirme la puerta esperando que bajara, ni siquiera lo miré, solo continué mirando la calle iluminada en tono ámbar.

—No quiero —susurré como niña pequeña.

—No me obligues a que te baje del maldito auto —Kaori estaba perdiendo la paciencia conmigo, si el pobre supiera que debería comenzar a construirse una personalidad más paciente que la de un monje tibetano, porque no estaba dispuesta a bajar.

Las Mentiras De KatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora