Capítulo 24

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Estar afuera de tu escuela a las 10 de la noche comiendo tacos en un auto era en definitiva la cita mas rara que había tenido, cuando sugerí el lugar para degustar nuestros sagrados alimentos no sonaba raro, después de todo, ¿quién va a la escuela a las 10 de la noche un Domingo?

La luz era escasa como en todas las calles de mi pueblo, no había personas transitando, solo éramos Darío y yo, claro, también estaba el romántico olor a tacos.

—No se como el padre de Kathe puede pasar desapercibida la muerte de su hija, alguien la asesinó, ¿como puede estar tan relajado cuando el culpable esta libre? —exclamé escupiendo la ira que mermaba dentro de mi, ¿como era posible que una persona pudiera perdonar el asesinato de su hija? A menos de que fueses un psicópata, eso eso no era posible.

Una risa de parte de Darío me hizo enojar, ¿acaso no tomaba en serio la muerte de una de mis mejores amigas?

—Estas pensándolo demasiado, dejalo ir por esta noche, no te desgastes en eso ahora —Darío se había relajado mas de lo que había estado hace un par de minutos atrás, su sonrisa había vuelto y parecía que no había sucedido nada a lo largo de la noche.

—No entiendo como es tan fácil para ti olvidar todo lo que ha sucedido hoy, tal vez es porque Kathe no era tu amiga, pero hubo un asesinato y el padre de la víctima acaba de decir que no buscará justicia para su hija —mi voz había comenzado a temblar de la rabia y mi mirada acusadora estaba sobre Darío.

—Preciosa —las manos con olor a tacos de Darío tomaron mi rostro—, si cargara conmigo todos los casos que han pasado por mis ojos, probablemente ya estuviese siendo medicado en una clínica de salud mental, se que no es sencillo, pero tienes que dejar de pensar en eso solo por un momento.

La penumbra que nos rodeaba solo hacía mas atractivo y deseable a Darío, sus ojos cafés tenían la intensidad que me había llamado la atención desde que lo conocí. Podía escuchar su respiración, estaba muy cerca de mi y eso solo hacía latir a mi corazón con desenfreno.

—Creo que tu me estas ayudando con eso ahora mismo —mis manos se posaron sobre las de Darío, eran cálidas. Dedos largos y finos acariciando mis mejillas.

No mentía, en lo único que podía pensar ahora era en como un fino mechón de cabello acariciaba el pómulo de mármol de Darío. Su mandíbula estaba tensa y yo parecía ser el centro de su mundo.

Sin pensarlo, cerré la poca distancia entre los labios de Darío y los mios. Primero fue lento, casi como si estuviera consolando mi alma afligida por los recientes sucesos. Y después todo se volvió caótico. Mis manos se despegaron de las suyas y pasaron a su nuca. Me acerqué más a él, o mas bien me abalancé sobre él. De repente las manos de Darío estaban en mi cintura y me animaban a estar mas cerca de él.

—Alguien podría vernos —dijo Darío cuando nuestros labios se separaron por aire.

—Esta calle esta mas desolada que el desierto del Sahara —vocalicé entre jadeos.

Volví a pegar mi boca a la de Darío ignorando su preocupación por que nos vieran. Mi calentura no tuvo limites, en un movimiento de gimnasta me senté en las piernas de Darío, quien no dejó de besarme. Pegué mi pecho al suyo y mis brazos estuvieron alrededor de su cuello. Darío no se quedó atrás y una de sus manos comenzó a descender lentamente hasta mi cadera y después mi trasero. Estábamos en un juego de poder, su cuerpo se inclinaba sobre el mio como tratando de estar incluso mas cerca, y luego yo lo empujaba hacia el respaldo de su asiento presionándome aun mas contra su cuerpo.

¡KAPOW!

El sonido en seco nos hizo detener nuestra escena de lujuria en el auto. Aun en el regazo de Darío, me incliné un poco mas hacia él para intentar ver si aquel ruido venía de detrás nuestro. Por su parte, Darío había alejado sus manos de mi trasero y se había estirado hasta el asiento del copiloto.

Las Mentiras De KatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora