Extra (CAPÍTULO 11)

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Javier

No quería causarle problemas, ni incomodidades. El hecho de que estuviera embarazada una semana después de que hablamos lo del tercer hijo, me hizo sentir pésimo.

Porque no solo era la cantidad, no solo era tener de nuevo a un bebé pequeñito en mis brazos, sino los malestares que ella tendría. Los mareos, los dolores, el parto.

Aunque... tenerlos yo, me hacía sentir un poco menos culpable. Podría aguantar todo eso, e incluso más. Luego de que nos movieran al área de ginecología, le hice muchas preguntas a la doctora con respecto al síndrome de Couvade.

Y me sentí tan emocionado de que nos dijera que solo había pocas personas en tenerlo, y que la mayoría de ellos, eran personas que duraban toda su vida juntos. Que era como un tipo de conexión interna de ambos.

Fuera por la convivencia o porque, literalmente; había algo que los uniera para toda la vida. Que era como si fuera una sola persona en dos cuerpos.

Algo así más espiritual, yo no creía en eso, pero pensar que lo tenía con Laura; era una emoción que no podía describir. Estaba seguro de que nunca habría algo que me hiciera desear separarme de ella, y viceversa, pero esto... solo era un candado más a nuestra unión.

—Estamos hechos el uno para el otro, nena— besé su mano una vez que ya estábamos de camino a casa.

—¿Tenías duda de eso?— preguntó con una sonrisa

—Nunca lo dude. Pero me emociona que los demás también lo noten—

—Nuestro hilo rojo no es tan invisible como se supone que tendría que ser— bromeó, pero no entendí lo que dijo.

—¿Hilo rojo?—

—Se supone que en la vida hay un hilo invisible que está atado a dos personas que están destinadas a encontrarse. Que puede enredarse, pero nunca se rompe—me llevé de nuevo su mano a la boca y dejé un beso con mayor prolongación. —Y supongo que es cierto, ¿Cuántas cosas no pasamos, mi vida? ¿Cuánto no tuvimos que soportar para llegar a esto?— me detuve en el semáforo.

—Y pasaría cualquier otra cosa con tal de tenerte a mi lado, de no separarme de ti en ningún momento— se acercó para tomarme del rostro y dejar un casto beso en mis labios.

Solté el volante para poder tomar su rostro también, pero el claxon del auto detrás de mí nos indicó de mala manera que el semáforo se había puesto en verde.

Maldije con una pequeña sonrisa y seguimos nuestro camino. Antes de entrar a la casa, mi papá me llamó para decirme que se había llevado a Mateo al pueblo para recoger a Romy de la escuela. Con eso, teníamos en mente que no iban a regresar a la hora.

Mi papá consentía mucho a mis niños, muy seguramente, si teníamos suerte, solo los iba a llevar a la heladería o a una dulcería; pero muchas veces, regresaban con juguetes nuevos. Mateo más coches y Romy con un nuevo libro de colorear o paquetes de arte.

No queríamos adelantar nada, pero mi Romy tenía mucha percha de artista. A pesar de tener 7 años, todos los dibujos que hacía tenían mucha técnica. Casi todos los copiaba de una revista o de un libro, o incluso de la televisión.

—Tenemos casa sola— murmuré, abrazándola por la espalda, colocando mis manos en su vientre.

Mis labios se fueron directo a su cuello, para sentir su piel en mi boca y apreciar su aroma. Sus manos se entrelazaron con las mías en esa misma posición. Ladeó su cabeza para poder tener más acceso a su cuello.

—¿Quieres tomar un baño?— pregunté con voz grave, tenía muchas ganas de estar con ella. Nunca desaparecería esa sensación de querer sentirla, de escucharla. Y que mejor estando solos.

Under Fire ---- Javier Peña // (Pedro Pascal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora