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Disparos verbales

—Para empezar, nada de peleas aquí. Segundo, tengo entendido que solo es una hora de servicio, pero si no hacen bien su trabajo lo reportaré. Tercero, nosotras no los ayudaremos —dio media vuelta—. ¿Los bocadillos están listos, Micaela? Perfecto —regresó la vista—. Nosotras supervisaremos lo que hagan. Todo lo que necesitan para la limpieza está tras esa puerta. Comiencen.

Estaba en medio de la cafetería ya vacía de estudiantes, frente a una mujer grotesca y ancha, de expresión dura que usaba el uniforme correspondiente de cocina.

¿Recuerdan a Troncha Toro de la película Matilda? Bueno, no mentía al decir que eran idénticas.

A mi lado se encontraba Raúl, su nariz se veía igual de mal, su cara también. Tenía la digna expresión de no querer hacer limpieza y si me preguntaban, yo tampoco lo deseaba.

El tema con Raúl no fue el mejor, todavía no entiendo cómo le rompí la nariz si no lo golpeé tan fuerte. ¿Esa era mi fuerza? No lo sé, tal vez la tenía oculta, ¿quién sabe?

—¿No oyeron? Comiencen ya —ordenó la mujer grotesca mientras se alejaba.

Exhalé con pesadez y fui en dirección a la puerta que había señalado antes. No era más que un pequeño cuarto donde colocaban los instrumentos de limpieza, olía a polvo por todos lados, tanto que hasta los ojos me picaron. Raúl también fue a buscar sus cosas aunque lo escuché quejarse todo el rato. Pese a que estaba oscuro pude encontrar lo que necesitaba: tomé una escoba, una cubeta, detergente y guantes, así que me dispuse a comenzar para irme lo antes posible.

Decidí barrer primero, haciendo a un lado el hecho de que la cafetería era grande porque ese tremendo suelo sí que estaba sucio. A los pocos segundos mi nariz absorbió una gran cantidad de polvo, no lo soporté y me recosté de la pared a estornudar como loco.

El polvo y yo no éramos amigos en lo absoluto, y no se comparaba al de mi habitación, esto parecía una tormenta de arena. No podía seguir aspirando ese polvo, terminaría muerto. Fui a donde estaban las cinco mujeres que se suponía estaban "supervisando", cuando en realidad solo hablaban entre ellas mientras comían frituras.

—Oiga, señora —me dirigí a la mujer que nos habló antes—. ¿No tienen alguna mascarilla?

La mujer, grotesca y fea, me observó con notable fastidio.

—Ve y busca en el cuarto —respondió sin amabilidad.

—Ya busqué, no hay ninguno allí.

La mujer, de manera evidente, volteó los ojos, frunció el mentón y me habló con tono repulsivo.

—Si ya sabes que no hay, ¿para qué me preguntas?

¡Pero esta mentada vieja...!

Siguió viéndome como si yo fuese el más insoportable de los mosquitos, como si no supiera si soy idiota o me hago. Responder de mala gana tampoco me ayudaría mucho así que... me tenía que aguantar.

—Solo quería saber si no traían uno consigo.

—¿Ves que alguna de nosotras tiene alguno, muchachito?

¿En serio? ¿Muchachito?... ¿Cuál era su problema?

Solté una exhalación para mantener la calma.

—Verá, soy alérgico al polvo y si continúo así terminaré...

—No me importa —dijo, sin escuchar mis razones.

Quise decirle de hasta lo que se iba a morir. Y lo siento, pero debemos admitir que hay personas demasiado despreciables.

Como pude, guardé mi enojo y regresé a terminar.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora