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Vomitar puede ser la clave


Debo decir que, de los tres, Joseph era quien tenía la casa más grande. No era una mansión, pero sí era envidiable.

A parte de ser grande, tenía una fachada color gris de aspecto moderno y bohemio, con un amplio jardín delantero y trasero que en ese momento era transitado por personas yendo de un lado a otro con vasos rojos en la mano.

—¿Seguro que será una fiesta tranquila? —pregunté, dudando al ver como un par de chicos se lanzaban cerveza encima.

—Una buena fiesta nunca es tranquila —mofó, dándome una palmada en la espalda—. Relájate.

Me rasqué la parte trasera de la cabeza dudando en si permanecer allí, pero me llegó el recuerdo de que los chicos lo había hecho por mí, pero luego me di una cachetada mental porque sabía que eso no era completamente cierto. Márcell solo quería armar una fiesta, y Joseph aceptó porque sabía que Márcell no pararía de insistirle. Y hasta entonces, que estuve echando el ojo, no vi a Paula por ninguna parte.

Volví a recordar que tenía que armarme de valor para hablarle, de camino aquí creí convencerme de poder hacerlo, pero ya estando allí no contaba con la misma seguridad.

Rodeamos la casa, y al llegar al jardín trasero no pude evitar soltar un: «¡Puta madre!».

En toda el área que rodeaba la piscina había una gran multitud de personas, una que nadie se atrevería a contar. En el porche se podían contemplar dos grandes bocinas que llenaban de música todo el lugar con un volumen casi ensordecedor. Había lámparas, y los muebles del jardín se encontraban esparcidos por doquier.

En la piscina se hallaban chicas y chicos pasándose bebidas de boca a boca. La gente gritaba, bailaba, se lanzaban al agua, algunos se besaban, otros se insultaban, otros solo miraban y en medio de todo ese caos, me encontraba yo, sintiéndome como una pobre alma en pena.

—¡Esto definitivamente no es una fiesta tranquila! —tuve que gritar para que mi voz no fuera opacada por la música.

—¡Eso es lo que la hace una fiesta! —vitoreó por lo alto disfrutando lo que veía.

—¡¿A cuánta gente invitaste?! —pregunté, tapándome un oído. Se acercó para hablar.

—¡Solo invité como a veinte personas! —entorné los ojos hacia él. Levantó las manos en señal de rendición—. ¡Está bien, fueron como unas veinticinco!

—¡Hay como doscientas personas aquí, Márcell! —exclamé incrédulo.

—Tal vez, solo tal vez, esos veinticinco le avisaron a otros veinticinco. Yo que sé, Heidren —me dio otra palmada en la espalda—. Relájate.

—Joseph está dentro —informó.

Antes de que poder protestar, me empujó al interior de la casa, abriéndonos paso entre el gentío.

«Hoy hablaras con Paula». Me dije mentalmente, apelando a mi fuerza de voluntad «Piensa en Paula, piensa en Paula».

Vimos a Joseph en la cocina rodeado de cinco chicas que se tomaban fotos con él, ante eso, Márcell golpeó con su palma la encimera, produciendo un sonido que llegó a oídos del rubio, este se encontró con la típica sonrisa pícara de Márcell.

—¿Desde cuándo comes solo? —dijo, echándole una mirada a las chicas.

Joseph súbitamente regresó su atención a ellas y les pidió con amabilidad que fueran a disfrutar la fiesta. Estas le sonrieron y lo hicieron (no sin antes mirar a Márcell con mucho interés).

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora