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El almacén.

Llegamos al centro de la ciudad, pues fue la dirección que Karla me había dicho.

Puggy y yo estábamos frente a unas puertas de vidrio polarizado, de aspecto deteriorado, y con paredes manchadas y graffiteadas. Los ventanales a los lados estaban cubiertos por grandes pedazos de cartón y las bombillas en el pequeño recibidor externo estaban quemadas y rotas, descolocadas, apenas colgando de unos delgados cables.

Estábamos frente al almacén, el dichoso almacén que aparentemente guarda muchos secretos y verdades.

Unos días atrás tal vez me habría sentido expectante a emociones ansiosas, pero ahora que veía ese lugar no podía experimentar más que una alerta constante.

«Basta de tonterías, no tengo tiempo para analizarlo todo». Pensé.

Me cansé del irritante suspenso, por eso avancé y abrí la puerta de vidrio doble de una sola patada.

Esta se abrió de par en par, como si nunca hubiese tenido seguro y apenas estuviera puesta. El vidrio se quebró en varios pedacitos que terminaron desperdigados en el suelo.

Puggy ladró a mis espaldas, reprochándome la acción estoica de mi parte.

—¡Ni la pateé tan fuerte! —rechisté. Él solo me ignoró pasando a mi lado.

¿Pero qué se creía este?

Saqué el teléfono de Myke y encendí la linterna para ver y enfocar cada rincón. Me fui adentrando hasta llegar a una segunda puerta doble al fondo. Esta no tenía cristal, así que no podía ver al interior. Dudé en tomar la perilla.

No, en realidad quería tomar la perilla, abrir y enfrentarme a lo que estuviera tras esa puerta, pero no podía ser tan imbécil.

No me faltaban dedos en la frente para darme cuenta que algo andaba mal allí: el silencio rotundo, la falta de electricidad, ese sitio... Y la recurrente sensación de estar yendo en la dirección equivocada.

Sabía que eso podía ser una trampa, pese a que las primas gemelas me indicaron el lugar, nada me garantizaba que ellas no hayan sido engañadas también.

Pero, ¿cómo podía calmar esa inmensa sensación de control? Se sentía como una corriente serena que fluía por cada una de mis extremidades, hasta por cada pequeño rincón de mi cuerpo. Era como un éxtasis continuo de que podía hacer cualquier cosa, de que podría plantarle cara a cualquier situación. Esa sensación me hacía sentir poderoso, de verdad.

Y fue esa misma sensación que me aseguró que debía avanzar. Había ido a ese lugar con una sola cosa en mente: Márcell y Tammy.

Existía la probabilidad de que tras esa puerta él estuviera atado a una silla, molido a golpes y soltando espuma por la boca de lo drogado que lo pudieron haber dejado. Justo como hicieron con Joseph, y si de algo estaba seguro era que no quería pasar por la misma experiencia dos veces.

Otra probabilidad es que seguramente un grupo estaría esperando con él en el interior, superándome en número, especializados en técnicas, con mucha agilidad. Porque ellos lo saben, saben que nunca a sido fácil capturarme, detenerme, impedirme avanzar...

Saqué el arma lista para disparar, acompañado de mi fiel compañero canino y con todas las vibras de película de acción.

Abrí la puerta de un empujón apuntando a todo rincón que mis ojos veían, pero hasta yo me sentí decepcionado al ver que estaba vacío igual que en el recibidor.

Eso era una gran sala, al estilo salón de eventos, con una elevación al fondo que supuse era algún tipo de podio. Habían cuatro columnas en el centro que remarcaban un cuadro exacto frente al podio, y del lado izquierdo y derecho habían una puerta.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora