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Daños colaterales

No dudé en decirle a Márcell que debíamos ir al hospital. Trató de explicarme lo que pasó con Joseph pero por mucho que lo intentó no dijo nada claro. Lucía inquieto, y yo también, al no saber que había ocurrido realmente. Lo único que pude entender fue que encontraron a Joseph inconsciente y lo llevaron al hospital, sin saber en dónde, sin saber por qué.

Una parte de mí me decía que estaba exagerando, tal vez solo fue algo menos grave... Escuchar que mi amigo podía morir no tenía nada de gracia.

De alguna manera parecía que todo en mi vida se volvía más complicado, como si lo malo se empeñara en aparecer cada vez más. Hace unas semanas todo está bien pero, ¿cómo le podría llamar a eso?

Llegamos al hospital al cabo de los minutos, al único hospital de la cuidad. Entramos y seguí a Márcell (que aún parecía estar en shock) por la recepción, llegamos a un pasillo donde se encontraban tres personas.

Una de ellas era el señor Camilo, el padre de Joseph, hablando con un doctor de manera exigente. Son pocas las veces que he hablado con él, y se caracterizaba por ser un hombre sereno, pero ahora se veía tensó, como si la rabia y la tristeza se acumularan en él mientras decía palabras fuertes al doctor.

Un poco más cerca se encontraba la señora Doris apoyada en la pared, se sostenía una bufando que le cubría el cuello. Usaba la misma para secarse el rostro, no hacía falta detallarla bien para saber que había llorado.

Cuando se percató de nosotros, entornó sus ojos hacia mí. No sabía si lo que hice fue lo mejor para hacer, pero la abracé. Ella lo aceptó sin dudarlo, sus manos estaban temblorosas, la señora Doris volvió a sollozar en mi hombro, sentí algo retorcerse en mi interior al escucharla llorar, ella, que era una mujer dulce y atenta con todos, que siempre nos recibía con una sonrisa y la que preparaba las mejores malteadas. Escucharla llorar de esa forma era prueba suficiente de que las cosas con Joseph no estaban bien.

Márcell se puso a nuestro lado y colocó una mano sobre el hombro de la señora Doris. Poco a poco fue recuperando la calma y volvió a recomponerse. Seco sus lágrimas con la bufanda una vez más y me miró por un momento regalándome una leve sonrisa carente de alegría. Pasó una mano por mi mejilla.

—¿Pueden creerlo? —dijo con pesar y con el desconsuelo marcado en la voz—. Mi Joseph, pasando por todo esto sin razón... no entiendo cómo... ¿Cómo le pasó esto a mi pequeño?

Sus labios temblaron, sus ojos amenazaron con llorar nuevamente. Márcell tomó con más fuerza su mano, no decía nada pero trataba de darle apoyo. Logró que se sentará en unos banquillos del pasillo.

Él sentía un cariño especial hacia la señora Doris, creo que la veía como una segunda madre. Hace muchos años que la madre de Márcell murió, y sentir que alguien le daba el cariño que se le puede dar a un hijo creó un vínculo entre ellos. Algo que él no pudo formar con su madrastra.

El señor Camilo se acercó. Era un hombre alto, con lentes de pasta dura y de edad un poco mayor, con la mitad de su cabello cubierto por canas. La mayoría del tiempo conservaba un aspecto despreocupado y calmado, lo que no coincidía con su expresión decaída y cansada.

Fue con su esposa y se sentó a su lado, pasó un brazo sobre sus hombros y con su otra mano tomó la de su esposa, ella se pegó más a él y cerró sus ojos mientras la abrazaba.

Tanto para Camilo como para Doris, Joseph era lo más preciado que tenían, más de una vez pude ver que, aunque tuvieran cuatro hijos, sentían un cariño mayor hacia él. Joseph era su orgullo, tanto que tomaban en cuanta todas sus decisiones, de estudios y de futuro, y le daban toda la atención que podían. De igual forma él no les pagaba con mal, era un estudiante dedicado y buena persona, se alejaba de los problemas, sus hermanos lo querían, toda su familia lo amaba.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora