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El escuadrón Elite

Era un búnker, uno increíblemente estructurado y equipado.

Las paredes, las puertas, los estantes... Todo era de metal, que, si no me equivocaba..., sí, era de acero.

Tanto el techo como el piso eran del mismo material. Del techo colgaban tres lámparas rectangulares fluorescentes de color blanco al igual que su tonalidad.

Se presenciaba una gran sala de operaciones, de espacio rectangular con estantes en las paredes laterales dónde se exhibían diversos tipos de armas, tanto punzantes como de fuego. Los estantes eran cubiertos por una armadura cuadrada de cristal que le daban aspecto de vitrinas cerradas.

Solo habían dos puertas: una al fondo, de aspecto reforzado con una ventanilla tan pequeña como el marco de una fotografía. Y la otra, que supuse era la única salida, era la que estaba detrás de mí, la misma por la que había entrado.

A cada lado de las lámparas se podía ver un conducto de ventilación que expulsaba unas nubes de aire frío, y en las paredes había un panel, idéntico a un televisor.

Y en medio de todo, había una gran mesa larga, tan lisa y reluciente, con cuatro personas rodeándola.

Cuatro miradas distintas, cuatro expresiones distintas, y todas, puestas sobre mí.

Todo quedó en silencio, uno sepulcral de ambas partes. Un silencio dónde se podía oír el aire frío salir de los conductos. Y un silencio que, de pronto, fue invadido por un gran y fuerte ladrido.

Para aumentar mi sorpresa, vi a Puggy salir debajo de la mesa, corriendo con la lengua afuera.

Sus patas emitieron un sonido extraño sobre el piso de acero. Me saltó encima parándose en dos patas, volviendo a ladrarme. Podía ver la alegría en su cara, como si el hecho de que yo estuviera allí, fuera lo mejor para él.

¿Qué hacía Puggy en ese lugar?

Pese a las preguntas al respecto, no pude ignorar que mi canino amigo lucía feliz de tan solo verme, así que le sonreí, agachándome para acariciarlo.

Carlo avanzó al fondo, justo al extremo de la mesa, uniéndose a los cuatro individuos que también hacían acto de presencia, pero ninguno de ellos le prestó tanta atención como a mí, pues permanecían expectantes.

Uno de ellos, el más próximo, de contextura delgada y largo cabello negro, tenía las manos hacia el frente apoyadas sobre la mesa, contrayendo y estirando los dedos continuamente mientras que sus ojos marrones me miraban entusiasmado. Su nombre era Myke.

A su lado estaba Jago. Alto y lleno de músculo, de cabello castaño y ojos pequeños. No era más que una masa corpulenta de pequeño cerebro al que le importaba solo ejercitarse.

Al otro lado de la mesa, justo frente a él, estaba Kena. Una chica de delgada y esbelta, poseía un cabello lacio y platinado, sus ojos tenían un gris rasgado idénticos a los de un gato, los cuales resultaban atrayentes. Me observaba con total atención y fijeza, sin prestar atención en sus manos, pues tenía una pequeña navaja la cual hacía girar en la yema de su dedo medio, dando la impresión de que la punta filosa perforaría su piel.

Y el último de ellos, el que permanecía de pie unos pasos detrás de Carlo, con brazos cruzados y expresión severa, era Paxton. Alto, de cabello negro casi rapado y de ojos oscuros, los cuales eran rodeados por unas ojeras muy marcadas. Me analizaban detenidamente.

Cada uno vestía el mismo traje: pantalón militar negro con cinturón del mismo color, camisa gris y botas trenzadas con suela gruesa. También, todos tenían un mismo tatuaje al costado del cuello, justo debajo de la oreja izquierda, un tatuaje en forma de pupila con el iris de un ojo. Marca que los identificaba.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora