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Reuniones y respuestas (Parte I)

Ninguno de los tres individuos que hacíamos presencia emitía palabra alguna. Márcell, junto al auto, con las espesas cejas fruncidas y hundidas con total desconcierto. Yo, incluso más desconcertado... ¿Y cuál era la razón? La tercera persona.

La que minutos antes había aparecido de la nada a toda velocidad desde una calle bloqueada, la que un día Joseph y yo habíamos visto en los registros de Campo Real, la persona que, extendiendo una mano, se presentaba a Márcell haciéndose llamar: Ulises Ferro.

—Y no les haré daño —dijo él, aún esperando a que Márcell respondiera a su saludo, este miraba atónito y confuso la malo que Ulises le extendía—. Vine para ayudar.

—¿Ayudar?

—Sí, aunque no en estas circunstancias —confirmó.

Ante mí consternación y duda, solo le observé el rostro: blanco y pálido. Cejas negras y cabello largo hasta el cuello, de un color ceniza. Sus ojos eran claros, casi grises.

Parecía un personaje depresivo de esos que salían en El cadáver de la novia.

—Pero... ¿Cómo es que...? ¿Por qué tú...?

—Sí, sí. Tienes muchas preguntas, pero no las responderé aquí, deben venir conmigo ahora. —añadió, con la voz lenta y cansina al igual de grave.

Márcell, que había salido de un estado de trance temporal, se acercó, con desconfianza y todavía con un deje de enojo en la cara.

—No iremos contigo —dijo en sentencia al llegar junto a mí, rodeando de manera exagerada a Ulises—. Casi morimos espachurrados porque unos locos salidos del culo nos perseguían para atropellarnos y de la nada aparece otro loco que también hizo lo mismo, y nosotros no estamos tan locos como para hacerlo... O al menos no tan locos como los locos que sí son locos de verdad.

Me miró buscando apoyo a su argumento, el cual le di.

—Y aún no has respondido mi pregunta —agregué—. ¿Por qué tienes el teléfono de Joseph?

Ulises soltó un resoplido para luego rascarse la nuca y después la cabeza. Se frotó el rostro con ambas manos en una clara muestra de que la situación le estresaba y fastidiaba.

—Y yo que creí que sería un día tranquilo... —lo oí murmurar—. No hay tiempo para esto, debemos irnos antes de que ellos vuelvan.

Al mirar nuestra negación (porque nos negábamos a ir con él), añadió:

—Yo no le hice nada a su amigo, pero puedo ayudarlos a saber quién sí.

Seguía sin creerle, pero mantuvo esa expresión de seriedad absoluta que me hizo pensar que tal vez sí decía la verdad con respecto a la ayuda. El que no pensaba lo mismo era Márcell que aún lo miraba con recelo y desconfianza.

—Pero —se apresuró a decir—, solo lo haré si acceden a venir conmigo sin poner objeciones.

Márcell no lucía nada dispuesto. Estábamos a menos de tres metros de Ulises, así que le di un codazo, creando un espacio confidencial entre ambos y hablé con el tono adecuado para que no nos escuchara.

—Creo que no miente —opiné.

—¿Le vas a creer a ese mensaje? —objetó—. ¿Se te fundió el cerebro?

—¡No estoy diciendo que le voy a hacer caso a ese mensaje! —aclaré—. Lo que digo es que tal vez sí nos quiera ayudar de verdad, además, si nos quisiera hacer algo como, no sé, matarnos, ya lo hubiera intentado ¿no?

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora