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Señales de alerta

—... Entonces, como no estarías, decidimos dejarlo para otro día.

Eso me decía Márcell por teléfono mientras caminaba de regreso a casa. Hacía el intento de que mi voz sonará normal para que no se preguntara si me estaba pasaba algo. Seguía con esa sensación frustrante, y aunque no lo parezca, Márcell era muy perceptivo.

—¿Quieres venir al bar este fin de semana? —preguntó con cierto anhelo—. Mi padre me castigó por reprobar el examen y tendré que hacer de limpieza, no me quejo, al menos no me corrió de la casa. ¿Vendrías a echarme una mano?

—Seguro —respondí sin más.

—¿Pasó algo hoy? —indagó, justo lo que no quería que hiciera—. ¿Todo esta bien?

—Ya no estoy castigado —dije, fingiendo que nada pasaba—. Todo está bien ahora.

Se mantuvo unos segundos en silencio, donde deseé que no preguntara más sobre mi nefasto día.

—Bueno —contestó, sin indagar más—. Entonces, te espero aquí el...

Dejé de escuchar a Márcell cuando estuve a unos metros de mi casa. Me sorprendí al ver a Paula en la acera, de espaldas a un auto con los brazos cruzados.

Todo mi cuerpo entró en nerviosismo, no esperé ella fuera a mi casa, mucho menos estaba en condiciones de verla, no quería que ella me viera así, con moretones, molesto y decaído. Yo era un desastre, y ella no se merecía uno.

Me detuve, dudando entre dar la vuelta o quedarme allí, pero en cuestión de segundos notó mi presencia y me observó. Ambos nos vimos directamente y creí no respirar.

Paula traía el cabello recogido en una cola, con unos mechones a ambos lados de su cara. Volteó hacia mí y los apartó, una pequeña y cálida sonrisa de labios unidos apareció en su rostro, dejando los brazos caer a sus costados. Una repentina emoción dio brincos en mi pecho al verla así, pero el nervio no se esfumó. Quise sonreírle de la misma forma pero no pude.

Vinieron a mi mente todas las llamadas y mensajes que no contesté, de como la evité durante esos días. Se preocupó por mí, incluso fue a verme. ¿Qué tan idiota puedo ser?

Todo lo que debía estar sintiendo en ese momento es molestia por mi desagradable ausencia.

—Heidren, ¿adonde te fuiste? —se me olvidó que Márcell seguía al teléfono.

—Te hablo luego.

—¿Paso por ti para ir a los...?

—Sí, adiós —lo interrumpí y colgué.

No podía seguir parado allí todo el día, ya no podía seguir evitándola. ¿Qué podía decir? ¿Qué me diría ella? ¿Qué expresión debía colocar?

Tragué saliva, respiré hondo disimuladamente, me lamí los labios y empecé a caminar, y sin esperarlo, la vi correr. Corrió hasta mí, abrió los brazos e inesperadamente me abrazó.

Sorprendido nuevamente, no respondí al momento, sus manos me atraparon, tocando mi espalda, pegándose a mi cuerpo lo más que pudo, posando su mejilla en mi pecho, llenándome de su olor y de su calor. Sentí aquel hormigueo en mis manos, deseoso de tomarla también en mis brazos pero, ¿lo merecía? ¿No estaba molesta?

No pude evitar cerrar mis ojos, fuera cual fuera la razón, no me negué. Sentí su abrazo, lo disfruté, sentí que todo lo malo que acumulé ese día se iba. No dudé más y la rodeé con mis brazos y la acerqué más a mí, como una necesidad, como algo esencial.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora