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Cuatro atrapadas

Mi teléfono indicaba las 5:00 PM, nunca creí que hubieran pasado tantas horas. Tenía mi bandeja de mensajes llena, preguntando adónde había ido o si estaba bien, la verdad es que volví a ignorar los mensajes. Había llegado al instituto, y estaba rodeando el plantel.

Llegué a la cancha y me detuve en las gradas, eché un vistazo rápido a los que estaban jugando y vi a Márcell entre ellos, un grupito de chicas se encontraba al otro lado de la cancha que no dejaban de verlo y al extremo izquierdo estaba Cristián, hablando con un chico que traía un silbato colgando del cuello.

Todos usaban shorts y sudaderas blancas, la mitad tenían una banda azul en el antebrazo y la otra mitad tenían una roja. Obviamente para diferenciar a los equipos de estaban jugando. El murmullo y los gritos en medio del juego rondaron por todos lados, incluso uno que otro insulto se escuchaba.

Ahí parado no haría nada, por eso entré de una buena vez.

Se suponía que iría silenciosamente a una esquina de la cancha, era mi intención principal, pero la voz de uno de los chicos resonó en el lugar.

—¡Balboa! —dijo uno de los que estaban jugando, refiriéndose a mí.

Instantáneamente comenzaron unos aplausos y vitoreos sin sentido. Puse mi mejor cara de culo y les saqué el dedo medio a todos... A todos menos a Márcell, que levantó la mano para saludarme, creo que le alivió verme allí.

—Vuelvan a jugar.

La voz de Cristián se hizo presente generando caras cansinas en los demás jugadores, pero le obedecieron de todos modos.

Sabía que ya me había visto y pesadamente se acercó adónde yo estaba. Extendió la mano con una expresión altanera como de costumbre.

¿Me estaba saludando?

—¿Qué haces? —pregunté, extrañado.

—Dámela —pidió.

—No te daré la mano —dije, viendo discretamente su mano en busca de alguna de esas herramientas eléctricas que usan los payasos en sus funciones—. Tampoco tienes que saludarme —espeté.

—¿Quién te está pidiendo la mano, idiota? —hizo un mohín—. ¡La planilla!

—¿Qué planilla?

—¡La planilla que te pedí que trajeras! —exclamó.

«Ah, esa planilla»

Se me había olvidado la planilla... (La que ni siquiera busqué)

—No la traje.

Cristián hizo caer su mano y formó una línea en el rostro.

—¿Cómo que no la trajiste? —preguntó con cierta irritación—. ¿Por qué?

—Lo olvidé.

—Te lo dije esta mañana, necesitas esa planilla para entrar, ¿cómo se te olvidó?

—No te preste atención —contesté, con mayor simplicidad.

—¿Entonces qué haces aquí? —inquirió, soltando una respiración.

Era obvio ¿no?. Si estaba allí era porque me había decidido, sin peros ni quejas, con gente desconocida o no, incluso si tenía que estar en el mismo lugar que él, iba a hacerlo. Para no seguir decepcionándome a mi mismo en lo que me propuse descubrir y resolver.

Aunque en el fondo sentía que estaba haciendo algo estúpido.

—Vine a ver los entrenamientos. Dije que vendría.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora