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Tormentas contínuas

No lo esperé, no esperé nada de lo que pasó en la puerta, y ahora, que me encontraba yendo al instituto, caminando como un espectro fantasmal que deseaba desaparecer, no podía comprenderlo.

No diría que estábamos bien, pero tampoco estábamos mal... ¿A quién quería engañar? ¡Yo era un jodido desastre de mierda! Y me dolía el corazón, sí, el corazón.

«—La razón es que no te quiero lo suficiente».

Lo suficiente... ¿Qué era lo suficiente?

A dos calles para llegar al instituto, me detuve. Ya con esa eran cuatro veces que me detenía a solo esperar, esperar a recuperar el hilo de soporte que creía poseer.

En el fondo sabía que no poseía nada: no poseía control sobre mi razonamiento, tampoco de mis acciones, las que llevaron a que la avalancha arrasara con todo a su paso, o dicho de una manera más fácil, con todo a mi alrededor.

«—La razón es que no te quiero lo suficiente».

«—La razón es que no te quiero lo suficiente».

«—La razón es que no te quiero lo suficiente».

Carraspeé mi garganta y apreté las manos. Mis nudillos picaron por la venda que me había puesto, así que deshice el puño y estiré la palma. Pero volví a formar puños al volver a recordar la voz de Paula.

Creí no poder olvidar esas palabras.

Eché mi cabeza hacia atrás, levantando la mirada al cielo, aún con lo ojos cerrados, los abrí un poco, acostumbrándome a la luz, miré el gris de las nube y mordí mi labio inferior, fuerte, hasta sentir que mis dientes estaba a punto de traspasar mi piel.

Cerré los ojos una vez. Una vez más. Una vez más.

Cerraba, cerraba, cerraba, cerraba... Cerraba los ojos con fuerza para no perder los estribos y volver a golpear y patear lo primero que encontrara.

Llevé mi puño derecho a mi pecho, y di un pequeño golpe a mi cicatriz, luego otro más fuerte, después otro más fuerte, golpeé tanto mi pecho que en el último sentí que todo el aire había escapado de mis pulmones, y entonces ahí pude calmarme.

Apoyé mis manos en mis rodillas y bajé la mirada al suelo, inhalé y exhalé continuamente hasta recuperar el aire que yo mismo me hice perder.

Me enderecé, deshice mis puños de nuevo y con mi palma izquierda, sobé mi cicatriz.

—Lo siento... —me dije a mí mismo.

Había pasado mi tiempo para entrar a la primera clase, y estaba seguro de que alguno de los profesores estaría en la entrada recibiendo un justificante por los retrasos, pero yo no tenía ninguno.

Lo que era incuestionable es que debía ir al instituto, tía estaba intentando olvidar los descuidado que había sido, al menos debía cumplir con asistir a clases, y también quería darle mi compañía a Márcell.

La cuestión era que, la noche anterior, al no poder dormir, pensé y me di cuenta que de los tres, quizás él era en menos comprendido.

Ambos teníamos la idea de que era Joseph quién se reprimía para mantenerse como el chico maduro, ordenado y el que tenía todo bajo control, ¿pero y Márcell?. Siempre a sido un chico espontáneo, alegre, divertido, pero ahora creía que más allá de eso, siempre a habido alguien, el Márcell que tal vez no nos esforzamos lo suficiente por descubrir, después de todo, todos ocultamos un verdadero yo muy en el fondo.

De verdad pedía que toda esa situación se arreglase. Necesitaba a mis dos mejores amigos más que nunca.

Crucé la gran verja de la entrada, no había nadie, estaba completamente vacío.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora