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Asalto

Era una voz a través de un megáfono.

—Probando, probando... Ejem... Heidren Olmedo, sigues ahí dentro, ¿verdad?. Tengo a tus amiguitos aquí afuera. Ya no los hagas esperar.

No me moví por instinto, tratando de reconocer esa voz. Paula me hablaba, Puggy me ladraba, pero no los escuchaba.

—Aquí tienes una pequeña muestra. Saluden, rehenes.

—¡Suéltame!. Reconocí la voz de Tammy.

—¡No la toques!. Y esa era la de Márcell.

Estaban ahí, afuera, ambos...

—Como puedes escuchar, siguen con vida —dijo la primera voz, con burla—. Pero no puedo asegurar que lo estén para mañana.

Eso fue suficiente para que yo me soltara de Paula, que pasara esquivando a Puggy, tomando la perrilla de la puerta para abrirla.

Y enseguida, una inmensa luz me segó. Brillante, envolvente, como un faro con la orden exclusiva de exponerme en medio de una desolada y espesa oscuridad.

Puse una mano frente a mí cara para así no recibir de lleno el destello segador, aunque eso no me sirvió de nada.

Paula me alcanzó y se aferró a mi brazo, igualándome en el acto de cubrir su cara. También Puggy había llegado, posicionándose a mi lado izquierdo.

Repentinamente, ese hormigueo en mis manos volvió, pero esa vez se sentía más vivo, como si en mis palmas se alojaran miles de piedritas diminutas que comenzaron a colisionar una con la otra haciéndome contraer mis manos en puños.

Y no fue solo eso.

Agarré a Paula y la puse detrás de mí, experimentando una sensación de alerta. Me di cuenta que debía protegerla de aquello que estuviera tras esa luz, que debía protegernos a los tres.

Pero nunca me imaginé lo que estuvo a punto de pasar.

La gran luz se apagó, la iluminación de los postes volvió a predominar. Tres camionetas de color negro estaban estacionadas frente al almacén, tomando el control de toda la calle. Al menos veinte hombres armados y cargados hasta la coronilla nos apuntaban. Portaban trajes completamente negros, con botas militares del mismo color, pantalones de jeans y suéteres cuello de tortura. Sus caras estaban cubiertas con pasamontañas y sus manos por guantes, sujetando los gatillos con la mira sobre nosotros.

Parecían un equipo especial, organizados estratégicamente uno al lado del otro, sin despegar la mirada de su objetivo.

—Debo admitir que tardó más de lo que pensé.

La voz que anteriormente había hablado por el megáfono se escuchó entre los hombres armados. Dos que se encontraban en el centro se hicieron a un lado, abriéndole camino a la persona tras ellos.

Al igual que los otros, este portaba el mismo traje, con la diferencia de que no traía las municiones encima. A los costados de su pantalón reposaban dos fundas, cada una con un arma en su interior que eran sostenidas por un cinturón en su torso.

Sus manos descubiertas, dónde pude observar un anillo plateado en cada dedo anular, se posaron uno a la espalda y otro a la parte baja del abdomen, e inclinó el cuerpo hacia adelante en una dramática reverencia.

Nadie emitía ningún ruido, nadie movía un dedo. Yo sostenía a Paula aún a mis espaldas mientras no quitaba la vista de todos los individuos frente a mí.

El de la reverencia, quién parecía ser su líder, levantó la cabeza, pero aun mantenía la postura inclinada al frente.

Había algo en él que me parecía familiar, pero por más que intenté saber que era, no pude, ya que mi sensación de peligro no abandonaba mis manos, ni el hormigueo cesaba.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora