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Decisión marcada.

—Señores, parada —dijo Márcell, como chófer de autobús.

Aparcó el auto en el estacionamiento del hospital.

Luego de la inspección (que duró más tiempo del que imaginé) fuimos directo al auto de Márcell, el cual sobrevivió la noche anterior aparcado en la autopista. Sin mencionar el retrovisor volado, no sufrió vandalismo ni nada por el estilo.

Debía admitirlo, ese Camaro era digno de salir en una película de Rápidos y Furiosos.

Miramos el hospital antes de dirigirnos a la entrada. De día o de noche, nada le quitaba el aire tétrico.

—¿Andando? —apremió Márcell, tomando la manga de su mochila e indicando con la cabeza que fuéramos de una vez.

Me di la vuelta y abrí la puerta del asiento trasero. Me incliné para extenderle una mano a Ginna.

—¿Estás lista?

Se mordía los labios, moviendo sus manos en su regazo. Después de decirle lo ocurrido las últimas horas, entró en el proceso de asimilación en el que entraría cualquier persona con un poco de sensibilidad.

—¿Seguro que está bien que yo esté aquí? —se apartó unos rizos de la cara, pasando un dedo por sus pómulos.

—Tú más que nadie debes estar aquí —afirmé, acercando más mi mano. Mi amigo necesitaba el apoyo de todos, más el de ella—. Él estará feliz de tenerte cerca.

—Ni siquiera... podrá verme.

—Pero podrá sentirte —le sonreí, mostrando un poco los dientes.

Dudó unos segundos, pero tomó mi mano. Salió del auto y miró fijamente el hospital. Pasó sus manos por sus jeans, apretando un poco la tela.

—Vamos —me puse a su lado, transmitiéndole apoyo, el apoyo que los tres tratábamos de mantener—. Visitemos a Joseph.

***

Doris nos había informado que lo cambiaron de piso, así que al llegar a la sala de espera pedimos indicación de su habitación, la enfermera de turno en la recepción nos orientó amablemente y dijo que lo habían trasladado al cuarto piso, los tres subimos y anduvimos por el pasillo, hasta que logramos ver a Camilo apoyado al lado de la puerta que, supuse era donde se encontraba su hijo.

Ginna se detuvo a unos cuantos metros por lo que le di un asentimiento de cabeza para que supiera que no pasaba nada si no quería llegar con nosotros, pero a la final se decidió a continuar.

Al llegar con Camilo, este se enderezó y detuvo la mirada en Ginna y la observó unos pocos segundos, ella bajó el rostro unos centímetros al darse cuenta, apenada, pero volvió a levantarla en cuanto Camilo le extendió la mano para saludarla y le regaló una media sonrisa que le arrugó las líneas de expresión, a lo que ella la acepto.

En ese mismo instante, la puerta a nuestro lado se abrió y la señora Doris salió vestida con un traje de esos azules esterilizados que usan para visitar a pacientes en estado delicado. Al vernos se quitó la mascarilla y se acercó, fijando la mirada en Ginna, esta, al igual que con Camilo, se mantuvo un poco alejada, pero le sostuvo la mirada y levantó la mano para saludar a la mujer frente a ella.

Doris avanzó, ignorando el saludo de la chica, para luego posar sus manos sobre sus hombros, y no tardó el darle una sonrisa agradable y genuina.

—Mi hijo no mentía al decir que eras muy hermosa —fue lo que le dijo, con toda la calidez que solo ella sabía dar.

HEIDREN [Iguales: Libro 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora