Capítulo 22

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"Te haré mía" -E.V.

La bodega estaba repleta de escoltas. El señor Argent a mí lado, sosteniendo su arma mientras miraba a tres traidores que entregaron rutas a mafias rusas. Mis manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta, los sujetos están horribles. Sus camisetas llenas de sangre, las piernas rotas. A uno le falta una mano.

Estamos casi a finales de año, fechas donde las traiciones crecen y los enemigos asechan. Extraño pero cierto. Las mafias esperamos a diciembre para organizar las galas. Galas donde nos reunimos con la espera de conseguir nuevos socios. Nuevos patrimonios. Nuevas caras. Nueva sangre.

El señor Argent avanza cauteloso, tiene la mirada sombría, las venas en sus manos, marcadas por la fuerza con la que sujeta la pistola. Le quita el saco de la cara al sujeto del medio. Las náuseas me golpean al verle las mejillas cortadas, un agujero donde se supone que debe ir su ojo. Le faltan cinco dientes, la cara está llena de sangre. Aún no me acostumbro de lleno a esto.

Las torturas son las más difíciles de tolerar, dado a los gritos desesperados, la sangre fluyendo, los huesos siendo rotos y ni mencionar los golpes. Aguanto en mi lugar, mientras que mi padre, molesta al hombre que le ha dado la espalda.

-Ultima advertencia -posa el cañón en su cien-. ¿A quién demonios le diste mis rutas?.

El hombre llora. Se limita a eso. A llorar. Los otros dos, no hablan, no se mueven. ¿Para qué traicionar a quien te dió la mano?. Si sabes cómo terminará donde te descubran.

-Me están haciendo perder el tiempo -gruñe el dueño de ojos azules-. Y conocen lo mucho que detesto eso.

-No sabemos quién es -murmura el sujeto-. Nos pidieron rutas a cambio de dinero. Es todo.

El señor Argent ríe a carcajadas. Carcajadas macabras para acariciar su cien con el cañón. Está hartandose de esto. Y pronto, le volará la cabeza.

-¿Acaso el que les doy no es suficiente? -protesta.

Silencio

-La avaricia -menciona dando vueltas alrededor del sujeto, quedando frente a él-. Uno de los pecados capitales. Pecado que te llevó a tu muerte.

-Señor por favor -suplica por su vida, pero es demasiado tarde. Muy tarde.

Entregó nuestras rutas. Y eso. No es perdonado.

Retira el arma de la cabeza del hombre. Este sonríe entre lágrimas, pero sólo es una pequeña muestra de esperanza para luego, destruirlas. Los dedos del señor Argent suenan en chasqueo. Avanzo hacia el, sacando la navaja del bolsillo de la chaqueta. El sujeto me mira y luego al señor a mí lado.

-Señorita Argent, por favor -me busca desesperado-. No me maten.

Siento la mirada del señor Argent por el rabillo de su ojo. Me prueba. Sin mencionar, sin avisar. Cada que salimos a los laboratorios. A las bodegas. A donde sea. Busca una prueba para saber si sigo siendo la misma o no.

-Has vendido información confidencial, delataste puntos claves que nadie debería saber -comento fría-. Conocías el precio y aún así te arriesgaste. Lo siento, pero la muerte es lo mínimo que merecen los traidores.

Una sonrisa se extiende en el rostro de mi padre. El hombre llora desesperado y busca la mirada del señor Argent. El filo de la navaja podría cortarte un dedo sin problemas. El resplandor de las luces se refleja por la navaja. Doy un paso para irme a esperar. La mano de mi padre sujeta mi muñeca, deteniéndome.

-Hazlo tú -pide amable.

Miro la entrada de la bodega, inhalando profundo. Los asesinatos, son las pesadillas que trato de evitar. Revivirlas por las noches. Sentirse sucia, con las manos llenas de sangre. Es una sensación horrorosa. Respiro hondo para tomar la navaja, doy vuelta para ir con el sujeto y cortar su garganta. La sangre cae como una cascada mientras que su boca se abre y la imagen es aun peor. Es una fuente. Oscura y espesa. Entrego el arma pero el señor Argent me enarca una ceja.

Argent [El origen de la muñeca]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora