⚜️XXXIV⚜️

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El caballo impecable de Eli Sedman, anduvo despacio y seguro en medio de la espesa selva de Sitrova.

Era usual que los animales se comportaran de forma extraña al estar cerca de la casa de Yenkas Davino, para algunos, no sería más que una superstición pero este caballo se mantenía sereno, bastante confiado, según su jinete.

Eli pisó firme el estribo y se dirigió a la entrada de la casa. Lo primero que le llamó la atención, fue que no había una puerta, al menos esta no estaba en su lugar, la halló en dos piezas a solo unos cuantos metros del interior de la casa.

El panorama era tan desolador como le pareció a Knox. La luz a penas ingresaba al lugar y bajo la iluminación tenue de una vela a punto de desaparecer, visualizó el rostro inexpresivo de Davino.

Cabizbaja, temblorosa a más no poder mientras sus labios se movían sin emitir sonido alguno. Sostenía con determinación un escalpelo, parecia aferrarse a el con extraña firmeza. Sedman lo observó dudoso, y una punzada se le clavó en el pecho cuando vio espesas gotas de sangre caer de la hoja.

— Mi señor — pronunció la vidente con dificultad, al alzar la cabeza.

— ¿Qué le hiciste?

— Señor...

— Respóndeme.

— Esa muchacha — murmuró la mujer, agitada, como si el aire le faltara. Intentó levantarse, pero el efecto del sedante debilitó sus piernas y cayó al piso, de rodillas — esa muchacha...

— ¿Qué fue lo que le dijiste?

Eli observó su estado vulnerable y hasta lamentable, miró sus ojos vibrantes, su boca titirante incapaz de soltar una palabra. En su corazón no había un atisbo de lástima y mucho menos, cuando sus ojos se dirigieron al escalpelo otra vez.

— Te hice una pregunta — dijo el, y una ansiedad comenzó a latir en su cuerpo.

La mujer trató de reincorporarse, sosteniéndose de la mesa, tan débil que sentía su cuerpo desfallecer con cada respiro. Cada intento, de hecho, le dolía tanto que en su mente, no dejaba de maldecir a la persona que le causó aquel estado tan miserable.

La vidente pensó en esto y volvió a caer.

¿Era el sedante lo que le hacía actuar así?

¿Era el sedante lo que realmente le quitaba el aire, y no el hombre imponente frente a ella?

— Su alteza... Esa muchacha... está maldita

— No — intervino Eli, alzando una mano — ¿Cómo vas a solucionar todo esto?

— Solucionar... — «¿Solucionar?¡Ella es un demonio y nada más!» pensó Davino, impotente — Está maldita... su sangre...

— ¿Qué dijiste?

— la oscuridad...

La mujer se detuvo ante la tensión en el aire. El pavor comenzó a consumirle en la consciencia al sentir como el aura de Sedman se ensombrecía con cada palabra que salía de su boca.

— He cometido un error, mi señor — logró decir, aferrándose a la daga.

— Ya veo.

«¡Esta maldita!¡Cuanta sangre se ha derramado por una vil demonio!» una fiebre se asentó en el estómago de Yenkas Davino, una producto de la molestia que sentía ante la persistencia de este joven al que inevitablemente adoraba.

Y luego lo comprendió, lo vio con sus propios ojos. Ese aura que Eli irradiaba por fuera, era distinto a lo que desprendía de su interior.

Ni si quiera el pudo notarlo.

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