⚜️XXXIII⚜️

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Los caballos relincharon al otro lado de la casa con una intensidad escalofriante. La preocupación me presionaba la cabeza, haciéndome incapaz de pensar con claridad.

A ese punto, todos percibimos el inusual viento frío, como si llevara consigo una advertencia.

— Cuiden a los caballos — Logré decir a duras penas.

— No entrarás a ese lugar. Olvídalo.

— Conrad...

— No.

— Voy a entrar. — finalicé, dando pasos hacia adelante.

— Por un carajo... ¿Vieron eso? ¡¿Por qué demonios no escucha lo que digo?!

— Nos quedaremos aquí — intervino Elena, posicionándose a su lado. — Ve, Leo, si no sales en tres minutos, vamos a derrumbar esa puerta.

— Eso. Derrumbaremos la puerta. — Asintió Dan.

Conrad bufó fastidiado, girando su rostro.

— Serán tres minutos — murmuré acariciando su hombro — Sólo espera aquí. Sé defenderme.

Conrad apretó los dientes y rebuscó algo en su mochila.

— Toma esto y no dudes en usarlo — dijo pausadamente,  ofreciéndome el pequeño frasco que sacó.

«¿Pimienta en aerosol?»

Una risa se escapó de mis labios, la ansiedad que sentía disminuyó considerablemente.

Me acerqué a la casa a paso lento. Desde la puerta, una presión comenzaba a apoderarse de mi cuerpo. Como un imán gigante atrayéndome desde el interior. Algo andaba mal, y no era solo producto del miedo.

Antes de poder tocar la puerta, esta se abrió lentamente, haciendo resonar las bisagras gastadas de forma espeluznante.

El lugar era pequeño. Había un par de ventanas que a penas alumbraban el interior. Al lado de una de estas, había una mesita, con una vela en el centro a punto de consumirse por completo.

— Tu sangre — habló una voz seca y macabra a mis espaldas. — está sucia.

El terror se me enraizó en los huesos al instante . Giré abruptamente, agudizando la mirada y buscando torpemente a esa persona, en ese momento, una figura se posó frente a mi, como una sombra emergiendo de la más hostil oscuridad.

Era una mujer de largo cabello grisáceo y piel pálida, tan opaca como la de un cadaver. Sus ojos me atraparon de inmediato: el iris, de un celeste casi blanco, parecía fusionarse con el resto de tejido.

No tenía pupilas.

— Mi sangre... — mi voz se oyó fría y turbada.

Ella caminó hacia mí con pasos pesados, con cautela, escudriñando profundamente mi rostro.

O mi alma.

— la oscuridad que corrompe al mundo es parte de ti... estás maldita...

«¿De qué demonios está hablando?»

— Sabes muy bien de lo que hablo — respondió a mis pensamientos, como si hubiese leído mi mente. Aquello me aterró tanto que empecé a sentir mi corazón latirme en los oídos.

La mujer se acercó más, yo retrocedí todo lo que pude hasta caer sentada sobre una silla.

— ¿Quien eres? — Pregunté temblorosa, perdida en sus ojos extraños.

— ¿Quien te envió?

— ¿Que?

Me aferré al frasco de pimienta sin quitar la vista de la suya. Ya había abierto la tapa, esperé solo un movimiento más para olvidar que ella era una anciana.

INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora