La sangre aún arde

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ADVERTENCIA: este capitulo esta narrado desde la perspectiva de Langhan y Wonwild

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ADVERTENCIA: este capitulo esta narrado desde la perspectiva de Langhan y Wonwild.
(Es la primera vez que cambio de narrador en monstruos contra mí así que paciencia :”)

Recomiendo que pongan en modo oscuro este capítulo para darle mayor misterio.

Langhan:

Escupo asqueado por el borde de la azotea para luego ver cómo poco a poco el líquido se desvanece. Pobre infeliz al que le caiga en el cuerpo mi saliva.

Me limpio con agresión la boca. Por culpa de estar sobrepensando mordí el maldito cigarrillo, que mal sabor de boca.

— Ji ji ji, cuidado Langhan, no quieres morir intoxicado antes de nuestro gran día. — bromea Wonwild, quien es mi hermano y mejor amigo.

— Recuerda que si veo que estoy apunto de morir te llevo conmigo al otro mundo ja ja. — Contesto sonriente. Yo y él somos un pack de dos, todo el mundo lo dice, así que si me voy yo, se va él.

— ¿En qué estabas pensando *Rojo? — pregunta, aunque solo para sacarme conversación, porque él seguramente ya lo sabe.

*Rojo: es el apodo que Wonwild le puso a Langhan debido a su condición de ojos, y Langhan le puso de apodo Morado a wonwild por el mismo motivo.

— Me emociona pensar en lo bien que nos irá en la vida después del gran día, todo será perfecto, si nos adherimos al plan claro. — tiro lo que queda del pitillo al suelo para luego aplastarlo con energía.

Suena un ligero pitido de mi reloj digital, se acabó el descanso. Ambos bajamos por nuestro asesor personal hasta las plantas de experimentación.

Mientras caminamos por los pasillos con nuestra sonrisa de tiburon miro nuestro hermoso suelo hecho de Nuummita y transportadores electricos invisibles, que conducen de forma discontinua luces de color rojo y morado, dando la sensación de serpientes caminando entre piebras.

<<A mi padre le encantaban las serpientes.>>

Wonwild:

— A papá le encantaban las serpientes.— le comento a Langhan mientras caminamos por los pasillos, él asiente con la cabeza. Se nos nota cuando pensamos en él, no porque nos pongamos tristes, si no porque se nos hinchan las venas debido a que por estas corre la sangre completamente hervida, adoptando una expresión en los ojos de absoluta ira.

Album Scelrat fue un hombre millonario que hacía lo que quería con quien quería, tenía mucho poder debido a su dinero. Él se casó con nuestra madre Malum Nigeos, una ingeniera nuclear, quien más tarde tuvo a nuestro hermano mayor y un par de años después a nosotros.

Todo era simplemente espléndido, nos sentíamos los reyes del mundo, dominantes ante cualquier persona…

Hasta que un día, en el que habíamos planeado una reunión en nuestra mansión con una familia que, al igual que nosotros, era muy adinerada, incluso ellos lo eran un poco más que nosotros, sucedió la tragedia. Yo y mi hermano lo titulamos a ese día “el Debacle”.

El día del Debacle estábamos todos en una de las salas más grandes de nuestra mansión, era un salón hermoso adornada por completo de detalles de oro blanco, con el techo puntiagudo hecho de un cristal inmaculado. Los adultos sentados en la mesa, contando chistes que en mi opinión eran todo menos graciosos.

Pero de repente todo se fue en un abrir y cerrar de ojos.

Un Taimer de segundo nivel apareció, estrellándose contra parte de la pared y del techo para luego gruñir al caer al suelo de una forma espantosa dejando la sangre de todos congelada. Me quedé inmovil, pero Langhan reaccionó rápido y me llevó tambaleando lo más lejos que pudo del monstruo.

La horrible bestia se quitó de encima los escombros sobrantes en una sacudida rápida, haciendo que algunos de ellos nos golpearan en el cuerpo. El monstruo, aturdido, vió que corríamos por todos lados, así que fue a por los  cuerpos más corpulentos, los de mi padre y el padre de la familia invitada. La asquerosa bestia con toda la maldad en su cuerpo decidió caminar lento, como si fuera un juego, un maldito juego.

Langhan y yo miramos horrorizados todo esto detrás de un mueble caído, temblorosos, de la mano, con la sangre tan congelada como el hielo. Nuestra piel jamás palideció tanto. Mis uñas estaban prácticamente clavadas por completo en la mano de Rojo, él al contrario tenía la mano prácticamente muerta y los ojos de ambos estaban inmensamente abiertos.

El Taimer era de un blanco intenso, con unos ojos miniatura y una boca que casi tocaba sus largos cuernos dorados. Me acuerdo perfectamente de ese maldito Taimer como la palma de mi mano, tanto que podría decir las medidas justas de cada parte de su cuerpo, cada arruga, cada hueso.

La bestia agarró por las ropas a ambos hombres, para luego elevarlos por los aires, Abrió la boca ciento ochenta grados, pero antes de que ocurriera nada un militar salió del aire y rescato a el señor de otra familia, no de la mía, la de ellos, no a mi papá…

Luego de eso muchos militares salieron y atacaron a la bestia, pegándole en la mandíbula para que liberara el cuerpo de mi padre. Al instante que vimos salir algo de este, nos acercamos corriendo a pesar de las advertencias, nos dió igual todo.

Gritamos “papá” como si nuestros pulmones dependieran de ello, pero al llegar solamente nos quedamos con una macabra imagen de nuestro padre hecho trizas, con su sangre corriendo a chorros que cubría por completo su masticado cuerpo.

Después de eso la sangre de Langan y la mía nunca más volvió a congelarse, por el contrario, está hervida constantemente y se hincha al recordar el día del Debacle, al recordar el porque no fue él al que salvaron es una pregunta que martillaba nuestras cabezas una y otra vez, porque no lo salvaron a él, a mi padre, por qué ¡¿Por qué?!

Hasta que un día, tres años después, Langhan enloqueció, me agarro de los hombros y me dijo:

—Es por que ellos tenían más dinero que nosotros, entonces tenían más poder. — decía con una voz enfermiza mientras yo recuerdo el día del Debacle, de como todos huímos del Taimer.

Pero esta vez algo era diferente, y por primera vez en mucho tiempo, sonreí, se me había ocurrido la mejor idea de todas, agarré de los hombros a Langhan.

—Pero nadie tiene más poder que un Taimer. — Dije mientras perdía la cordura que me quedaba.

Aquel día fue cuando tuve la maravillosa idea de volvernos científicos.

Aquel día fue cuando tuve la maravillosa idea de volvernos científicos

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