Nara
¿Qué pensaría Gian si supiera que también había memorizado el aroma de su perfume? Era todo lo que percibía cuando estábamos juntos. Quería sostener su camisa con mis puños e inhalarlo. Eso sería muy extraño, pero me encantaba como olía. Era adictivo y embriagador. Incluso me atrevería a decir que el hombre era lo más cercano a la perfección. Desde su brillante cabello rubio, sus expresivos ojos grises, su mandíbula bien afeitada y una sonrisa que debilitaba mis piernas. Yo no pensaba con claridad a su lado.
Me costaba concentrarme mientras me explicaba algunas funciones del personal y me llevaba directo a su oficina. Varias personas lo detenían a mitad de camino y él respondía siempre sonriendo, palmadas en la espalda y comentarios triviales. No era la única que lo miraba maravillada. Otras mujeres compartían la misma emoción. La más obvia fue Simona Barone. La directora de Recursos Humanos.
—Simona, ella es Nara—Me presentó Gian. Sentí el calor de su mano cuando lo colocó en mi espalda baja —. Mi nueva secretaria.
Simona era una bonita mujer de cabello oscuro y ojos jade. Me saludó con dos besos en ambas mejillas. Adoptó una postura totalmente profesional. Nada de sonrisas o pestañas agitándose. Me hizo sentir como si hubiera interrumpido algo.
—Mucho gusto, Nara—murmuró—. Gracias a Dios que estás aquí. El pobre hombre vivía estresado porque no tenía a nadie que le sirviera su café favorito por las mañanas.
Sonreí.
—Suerte para él que soy buena con el café.
Gian soltó un suspiro de alivio.
—Sabía que era un hombre muy afortunado por contratarte —Me guiñó un ojo y mi corazón se saltó varios latidos—. Pero servirme el café no será tu obligación.
Me encogí de hombros. Le llevaba café a De Rosa todas las malditas mañanas y el hombre era incapaz de darme las gracias. Gian, en cambio, había sido más que amable conmigo. Me trató con respeto y delicadeza. Él se merecía el mejor café del mundo.
—¿Cómo te gusta el café? —pregunté.
Sus ojos grises brillaron.
—Macchiato. La empresa cuenta con una cafetería.
—Perfecto—dije—. Mi misión del día será traerte uno.
—Gracias, preciosa—Gian miró a Simona—. ¿Puedo contar contigo para el contrato de Nara?
Las mariposas se volvieron locas en mi estómago ante la mención de esa simple palabra. Preciosa.
—Por supuesto—Simona avanzó hacia la puerta—. Que tengan un buen día.
Se marchó dejándonos solos. Gian se quitó la chaqueta y lo colgó en el respaldo de la silla. Le eché un vistazo a la pulcra oficina. Había un enorme armario a la derecha y otra puerta que probablemente dirigía al baño. El negro predominaba en el espacio con mucho cristal, obras de arte y diplomas en las paredes. El resto era industrial y elegante, aunque un poco aburrido para mi gusto.
—Aquí—Gian escarbó en el cajón de su escritorio y me entregó una tableta con audífonos Bluetooth—. Vamos a comunicarnos mayormente por correo electrónico. También hay una serie de datos que necesitas leer. Tu primera misión del día será traerme un café y ponerte en contacto con Jean Bernoit. Pídele más detalles del proyecto. Estamos expandiendo la empresa en París.
—De acuerdo—presioné la tableta contra mi pecho y me aclaré la garganta—. ¿El café con azúcar o sin azúcar?
—Sin exceso de azúcar —respondió—. Tienes un mapa a tu disposición en caso de que te pierdas —Su celular sonó y me ofreció una sonrisa de disculpa—. Necesito atender esto.