La noche era oscura, pero mis ojos felinos penetraban la penumbra con una claridad casi sobrenatural. La visión era peculiar, dominada por sombras de grises y negros, pero su nitidez era innegable. Mi cuerpo, habituado a la danza entre las ramas, se movía con una gracia innata, deslizándose sin esfuerzo sobre la rugosa corteza. Mis manos ágiles y pies descalzos se aferraban a las ramas con la destreza de una acróbata consumada. Los finos bigotes en mi rostro, apenas perceptibles, me otorgaban un sentido del equilibrio que seguía asombrándome incluso en noches como esta. Podía saltar de rama en rama con facilidad, mi agilidad casi sobrenatural, y la cola, que se extendía desde la base de mi columna vertebral, sin pelo, de piel humana pero con movimientos innegablemente felinos, me permitía ajustar mi centro de gravedad instintivamente, balanceándome con precisión milimétrica.
El silencio era mi aliado. Mis movimientos eran casi imperceptibles, ya fuera reptando, saltando o caminando entre las ramas, a pesar de que el suelo se encontraba a casi diez metros debajo de mí. No había miedo, no había dudas. La confianza en mis habilidades físicas era absoluta. Mi ropa ajustada, una segunda piel, no representaba ningún obstáculo. Sentía el peso familiar de mi espada corta, firmemente asegurada a mi espalda para evitar cualquier caída que delatara mi presencia. No llevaba armadura, solo un jubón de cuero curtido que se ceñía a mi cuerpo, sin dejar espacio para distracciones innecesarias.
Me detuve. Uno de mis oídos se movió involuntariamente, captando un sonido cercano. Aunque aún no podía verlo, escuchaba su respiración. Un goblin, ese miserable, montaba guardia en la entrada del campamento. La amenaza, aunque pequeña, requería precisión y sigilo. Sabía que un solo error podría costarme caro, pero confiaba en mis habilidades.
Me detuve, agazapada entre las ramas, y examiné todo lo que me rodeaba. Los sonidos del bosque nocturno, el susurro del viento entre las hojas y el crujir ocasional de la madera formaban una sinfonía familiar. Pude oler el fétido aroma del goblin, un hedor penetrante que se mezclaba con el aire fresco de la noche. Una brisa suave acariciaba mi piel, erizando el vello fino de mis brazos. Mis sentidos estaban en alerta máxima, cada detalle grabado en mi mente con una claridad asombrosa.
Mi cuerpo femenino se movía con una agilidad extraña, casi antinatural, que se había vuelto instintiva con el tiempo. Hace solo tres meses, estas habilidades eran ajenas a mí, un don recién adquirido que me maravillaba y desconcertaba a partes iguales. Ahora, cada salto, cada movimiento fluía con una gracia innata. Sentía las uñas retráctiles de mis manos y pies extenderse con facilidad, aferrándose a la rama con seguridad. Esta capacidad, que antes parecía sacada de un sueño, se había convertido en una extensión natural de mi ser.
Por un instante, la duda me asaltó. Hace unos meses, nunca habría imaginado ser capaz de moverme así, con tal confianza y destreza. Sacudí la cabeza, regañándome internamente. Esto ahora era mi naturaleza, y debía confiar en mis habilidades. La noche y los árboles eran mi dominio.
El viento acariciaba mi piel, y era consciente de cada parte de mi cuerpo: los músculos tensos, listos para la acción; el equilibrio perfecto mantenido por mi cola flexible; la fuerza y precisión que me permitían moverme entre las ramas con una destreza felina. El aire era fresco y llevaba consigo la promesa de una noche propicia para la emboscada.
El goblin, pese a su desagradable olor y su presencia repulsiva, no debía ser un obstáculo significativo. Mi mente calculaba rápidamente la distancia, la trayectoria de mi salto y las posibles rutas de escape. Estaba en mi elemento, moviéndome en la oscuridad como una sombra viviente, una extensión de la noche misma. La confianza en mis capacidades era de nuevo total; sabía que podía irrumpir en el campamento sin que me detectaran.
Mis orejas captaban el ritmo irregular de su respiración, el nerviosismo palpable en cada exhalación. El goblin no tenía idea de que la muerte se cernía sobre él desde las alturas. Con un movimiento suave, ajusté mi postura, preparándome para el ataque. La noche era mi aliada, y en su manto oscuro, yo era invencible.
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Para Toda La Campaña
FantasyEn el lejano reino de Eldoria, el equilibrio del mundo pende de un hilo. Gabriel y sus amigos nunca imaginaron que una mañana en el mercadillo cambiaría sus vidas para siempre. Un ajado manuscrito, prometiendo una experiencia de juego de rol única e...