CAPITULO 2 (ELOISE)

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¿Qué tenía que hacer uno para conseguir agua caliente a las 6 de la mañana? Ah sí. Tener una linda casa en la ciudad.

O calentar el agua en un anafre que estaba demasiado lejos de las duchas.

La opción A ya era imposible y la opción B solo podía hacerse si estabas enfermo de la gripe. Conseguir madera para la fogata no era un trabajo fácil, y Karol odiaría que la molestara en la cocina sólo porque no quería bañarme con agua helada.

Respiré hondo y tensé mi cuerpo antes de abrir la regadera. El agua me hizo soltar una maldición.

Tomé la pequeña pasta de jabón y me apresuré para terminar con la tortura.

Mi toalla estaba colgada en la puerta y me sequé lo mejor que pude con esa tela desgastada. Me vestí con unos pantalones que habían visto mejores días y mi suéter verde.

No era muy cómodo vestirse en el mismo charco de agua dónde te habías duchado, pero las regaderas y los dormitorios no estaban lo suficiente cerca para salir casi desnuda.

Había oído hablar de esas habitaciones de las que venían con su propio baño. Eso sí que era un jodido lujo.

Para llegar a mi habitación tenía que cruzar todo un pasillo y subir las escaleras hasta mi dormitorio. El número 15. Todo con una toalla que apenas cubría mis partes íntimas.

Sí. Admito que ya me había pasado una vez. Y aún me dolía el culo por el resbalón que me había ganado por correr hasta allá. Mi amiga Iris se había reído durante días.

Si veías a una persona envuelta en una toalla caminando por los pasillos es probable que haya olvidado la ropa en sus aposentos. Con el tiempo, ya nadie iba a reírse de ese pequeño error (al menos no mucho).

Dejé el cuarto de las regaderas y me dirigí hacia el gran salón. Desde allí se podía ver las habitaciones que abarcaban todo el edificio en forma de espiral. La mayoría estaba durmiendo a estas horas de la mañana, pero hoy era día de entrega de suministros. Y yo era una de las responsables de preparar todo antes de que Hunter llegara.

Las puertas de hierro ya estaban abiertas. Tenía al menos cinco pestillos gruesos por seguridad pero todos estaban abiertos. Alguien debió de madrugar primero.

Aún estaba oscuro afuera, pero esas nubes oscuras casi nunca dejaban el cielo. No había visto un día completamente soleado en años. Pero era mucho pedir teniendo en cuenta la contaminación.

No bebas el agua lluvia a menos que quieras morir.

Mi estómago lo había aprendido a las malas.

Me dirigí a la parte trasera, y no pude evitar echarle un vistazo a las paredes grises del Recinto. Sin dudas no estaba en su mejor momento. Las grietas en las paredes me encogían el pecho de la preocupación. Gracias a Dios los tornados no eran comunes por aquí.

El terrero baldío que se extendía alrededor ya tenía un color trigo deprimente. Al menos en las noches lográbamos darle un buen ánimo al ambiente con las lámparas de aceites y la música de nuestros viejos instrumentos. Tenía que recordarle a Hunter arreglar su guitarra cuando volviera. Le había roto una cuerda en uno de mis conciertos improvisados a mitad de la noche.

—¡Malditas plagas!

Mis pensamientos se cortaron y me apresuré al almacén. La puerta enrollable de metal estaba abierta. Iris estaba ahí con una escoba en las manos intentando pegarle a una rata.

Y una enorme.

El animal se paró en dos patas cómo si estuviera lista para irse a los golpes.

—¡¿Te crees muy ruda?! —Volvió a agitar la escoba hacia ella pero falló.

Corruptos [PRIMERA PARTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora