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Luego de haberse quedado toda la tarde a compartir con nosotros, Kia y Arlo se habían ido. Rose, como siempre que viene se a puesto a llorar porque no quería irse. Y luego de la cena, todos nos encerramos en nuestra habitación a prepararnos para dormir. Me sorprendió que durante toda la cena ni mamá ni mi padre compartieran alguna palabra. Solo escuchaban lo que todos teníamos por decir.

Al parecer, las cosas no están para nada bien con ellos dos.

Terminé de vestirme luego de darme un baño y me senté delante del piano, aunque, la realidad era que no tenía ganas de tocarlo. Desde hacía unos días atrás no lo había echo. Suspiré y me puse de pié de nuevo. Arantza en su habitación estaba tocando el violín. No tenía nada que objetar con eso, solo que me había invitado a tocar el piano con ella y había puesto una mueca cuando le dije que no tenía ganas. No era la primera vez que le decía que no, a lo mejor ya se le hace raro.

Me puse de pie y caminé hacia mi cama. Eché una ojeada a la puerta antes de meter la mano detrás de ella y despegar la cinta aislante que sostiene mi diario. No sé si voy a ser capaz de dejar de escribir algún día. Solo espero que nadie lo encuentre.

Lleva días sin tocarme mis alas, y no puedo explicar todo lo que eso me alivia.

Pero sé que no será por mucho tiempo.

Sé que cuando abra mi puerta por la noche, todo será peor, y al día siguiente las tendré aún más rotas. Nunca seré capaz de volar.

Terminé de escribir con rapidez y volví a colocar el diario en su sitio. Creo que, lejos de hacerme sentir otra cosa, lo único que siento es que mi mente queda vacía luego de dejar por escrito lo que siento. Me meto dentro de las sábanas con cuidado de no lastimar mi pierna y apago la luz.

Había un momento de la noche en que no era capaz de apagarla. Alguno de mis hermanos debía estar conmigo para que no me invadiera el pánico. Creo que tenía miedo de que, si la apagaba, dejaba de esperarlo, y si venía se diera cuenta de eso.

En algún punto dejé de esperarlo, no porque sabía que no vendría, era todo lo contrario. Me puse alerta cuando unos pasos resonaron en el piso de abajo. La casa era demasiado grande como para que se escucharan pasos. Solo podían escucharse si la persona que los generaba estaba corriendo o arrastrando los pies. Creo que ese pensamiento fué lo que me impulsó a encender la luz y salir de las sábanas otra vez. Todo el piso estaba en silencio, mis hermanos estaban durmiendo y no teníamos permitido salir de la habitación a menos que fuera por algo importante.

Fruncí el ceño cuando escuché a alguien quejarse. Todo era en el piso de abajo. Tenía curiosidad de saber qué cosa era, pero el temor de que papá me encontrara fuera de la habitación y me castigara era aún mayor que eso. Escuché un golpe seco en la madera. Recuerdo que en la única parte de la casa que el suelo es de madera es en la oficina de papá.

«¿Estará trabajando?»

Me puse de pie, dispuesta salir de mi habitación. Todavía podía decirle a papá— en caso de que me viera— que fuí en busca de un vaso de agua para tomarme el analgésico.

Caminé despacio, lo que me permitía mi pierna, hasta que tuve mi mano alrededor de la manilla. Pero no pude siquiera girarlo. Un ruido extraño me dejó de piedra y tras él vino otro. Sonó como si alguien hubiera caído al piso. Pero lo de antes... Sonó muy fuerte. ¿Que demonios fue eso? ¿Acaso...

No pude pensar nada más. Mis pensamientos quedaron aislados cuando unos pasos apresurados se escucharon en el piso de arriba. Mi puerta se abrió de golpe, revelando a mi padre. Se me secó la boca tan solo verlo. En su camisa... Eso era...

— Tranquila cariño— dijo, cerrando la puerta a su espalda.

— Eso... E-eso es...

Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando. ¿Por qué estaba llorando? No lo entiendo. Ni siquiera sé nada. Papá estaba echo un desastre. Tenía un rasguño en la mejilla izquierda lleno de sangre, el cabello alborotado y la ropa... La ropa.

Estaba completamente manchada de mucha más sangre. Y dudaba que tanta sangre fuera de él. Papá se apresuró a ponerme las manos en los hombros, aprovechando mi estado de shock para hacerme sentar en la cama.

— Escúchame cariño.

Dudaba que pudiera hablar. Solo podía seguir observando su camisa. En su cara también tenía manchas de sangre. El estómago se me empezaba a poner al revés.

— Estoy bien, ¿Si?, papá está bien.

No tenía ninguna intensión de saber si él estaba bien. Dentro de todo su agite en el pecho se escondía algo. Esa sangre no era suya, además de que aún no sabía qué habían sido esos ruidos de antes. Papá me secó las lágrimas mientras que yo retorcía las sábanas bajo mis manos.

— ¿Que a pasad...

— Eso no importa cariño.

Se quitó la camisa y todo lo que estuviera manchado de sangre mientras que yo lo veía con el ceño fruncido y más ganas de llorar. Algo había pasado. Y sólo se me venían a la mente mis hermanos. Pero, no escuché gritos, y no sabía si eso me aliviaba o me ponía peor. En menos de dos segundos lo tuve sobre mi, abrazándome. Su corazón latía con desespero. Estaba acelerado pero...

La respuesta llegó de inmediato. Sus manos inquietas pasaron de estar en mi cabello a los botones de mi pijama y sus besos empezaron un camino desde mi cabeza hasta mi cuello y luego hasta mi hombro.

— Eres mi niña buena— susurró contra la piel desnuda de mi hombro— Mi niña buena.

— Padre— mi susurro cargado de dolor hizo que se detuviera. Solo quería saber una cosa, solo una antes de que hiciera esto— ¿Alguno de mis hermanos te a... desobedecido?

Acarició mi hombro un momento antes de dejar un beso y separarse. Ladeó la cabeza y me apartó el cabello de la cara antes de empezar a peinarlo con sus dedos, a pesar de no tener ni un solo nudo. Suspiró mientras que yo apretaba las sábanas bajo mis manos.

— No cariño— respondió al cabo de un rato— Tus hermanos no hicieron nada. Ellos están bien. Mis pequeños están todos bien. Y siempre lo estarán.

Suspiré y cerré los ojos con alivio. Al menos ya sabía que no le había pasado nada a ninguno de ellos.

— Entonces...

— No quiero hablar más del tema Zibá— me cortó al ver mis intenciones. Sabía que le preguntaría sobre la sangre, por eso me detuvo— Porqué no mejor me hablas de tus conversaciones con Kia.

Esas palabras me dejaron como una estatua recibiendo sus caricias. No dije nada. No respondí. La verdad era que si me estaba preguntando si le había dicho algo de esto a mi hermana la respuesta era no. No le había dicho nada a nadie. No era lo suficientemente valiente como para hacerlo. Si lo hacía, y no me creía, debería enfrentarme a papá, y no estaba dispuesta a eso. El solo echo de imaginarlo me hacía temblar.

— ¿Le has contado algo de esto cariño?

Tragué saliva. Si lo estaba preguntando debía de ser por algo. Había notado algo. Aunque no había nada que notar, después de todo, yo siempre intentaba ser lo más discreta posible.

— No padre.

— ¿Y a Arlo?

— Tampoco.

Dejó de acariciarme para tomar un puñado de mi cabello y llevarlo dolorosamente hacia atrás, hasta que su boca estuvo pegada a mi oreja. Reprimí un gemido de dolor.

— No me mientas cariño— susurró, ejerciendo presión en mi cabello— No lo hagas, por favor. Sé la manera en que mi yerno te mira. ¿Estás segura que no me estás ocultando nada?

— Te lo prometo padre.

Inspiró profundamente antes de empujarme con fuerza y tumbarme en la cama. Se metió entre mis piernas al mismo tiempo que mordía mi cuello.

— Siempre eres mi niña buena.

Tiró de mi pijama hasta romperla y dejarla tirada en el piso. Pasó sus manos por todas partes antes de quitarse el resto de la ropa. La fuerza que ejerció durante la noche hizo estallar las ampollas de mi pierna. Lloré de dolor, pero eso no le importó.  Canté en mi mente la canción que Kia nos enseñó para no pensar en nada, a pesar de que el dolor me hacía ver borroso.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora