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Mi respiración estaba atascada en mi garganta. La pierna me dolía además de muchos otros de mis músculos. Estaba acurrucada a un lado de mi cama, con la cabeza apoyada en el colchón. Ya me había bañado y sin embargo, todo me hacía sentir de esa manera.

Papá se llevó mi vestido echo trizas. La mayoría del tiempo se llevaba mi ropa, aunque nunca supe el porqué. Supongo que es algo que le recuerda lo maldito y asqueroso que es y aún así lo hace sentir mucho mejor consigo mismo. El pecho se me aprieta cada vez que recuerdo lo de anoche. Tomo la crema para la quemadura de mi pierna de mala gana e intento abrirla, solo que mis manos tiemblan más de lo que me gustaría y... ¡Maldición!

Arrojo el envase hacia un lado y suelto un grito de frustración. Me estoy quedando sin aire. No puedo respirar.

Unos toques en mi puerta me hacen encogerme contra la cama.

No quiero que sea él.

No quiero que sea él.

Que no sea él, por favor.

Escondo mi rostro en mis piernas cuando la puerta se abre. No pasa ni un minuto cuando siento unas manos toman las mías.

— Ey, Zibá...

— No, no, no. No me toques otra vez.

La voz se me quiebra cuando digo eso, sin más, las manos se alejan de mi, pero no la voz. A pesar de que está aquí conmigo, la siento lejana. Siento que el mundo se cae frente a mi.

— Estás teniendo un ataque de pánico.

— No... No p-puedo respirar.

— Lo sé. Sé cómo se siente. Sé que te sientes mal. Estoy aquí, ¿Si?. No te tocaré, no dejaré que nadie lo haga hasta que te sientas mejor.

— Él... Él... No...

— Respira conmigo.

Echo la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la pared con los ojos cerrados. Siento como si el aire se hubiera esfumado y no quisiera volver. Siento como si necesitara con desespero salir corriendo y huir de todo. Toso cuando intento tomar aire sin obtener buenos resultados.

— Respira conmigo. Despacio. Dame tu mano— Quién sea que esté delante de mí, al ver que no hago más que temblar y clavar mis uñas en mi vestido la toma con delicadeza sin decir nada. Noto algo tibio bajo de ella y poco a poco me voy dando cuenta que es su pecho— Toma aire por la nariz y sueltalo por la boca.

— No puedo— creo que todos mis sentidos se están enfocando solo en llorar.

— Si puedes Zibá— Su voz es suave, como si temiera asustarme con las cosas que dice— Hazlo conmigo. Despacio.

Intento seguir cada una de sus respiraciones. Su pecho se hincha con cada una de ellas y sostiene mi mano para que no la deje caer. Siento mi frente tocar la suya cuando un sollozo escapa de mis labios.

— Está bien. Estoy aquí.

Estoy segura que puede sentir mi pulso acelerado por estar rodeando mi muñeca. Aunque eso no me interesa. Lo único que me importa es no morir ahogada. He aguantado tanto hasta ahora que morir por esto hace que me entren ganas de reír.

— Así. Esta bien.

Poco a poco pude volver a respirar, pero el malestar lo único que logró fué hacerme llorar mucho más.

— Tranquila.

Unos brazos me sujetan cuando me dejo caer hacia delante y tardan poco en rodearme y acomodarse hasta que los dos estamos apoyados en la cama.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora