El té de la tarde era uno de esos momentos que padre más apreciaba. Le gustaba porque todos nos reunimos en el patio, nos sentamos y platicamos con el aroma de las flores de fondo. Yo estaba sentada en una de las mesas con Bell y Ronald, dos de mis trece hermanos. En total éramos ocho chicas y seis chicos, cada uno diferente al otro. Siempre me había preguntado como padre pudo tener tantos hijos.
— Frey por la noche no me dejó dormir— murmura de mal humor mi hermano.
Ronald es un chico muy guapo. Todos los que vivimos en esta casa somos así. Piel perfecta, cabello perfecto, modo de caminar y de hablar perfecto... Todo era perfecto. Los chicos con trajes y nosotras con vestidos o— las más grandes— con pantalones y camisas elegantes lo cual estaba prohibido para mí, a excepción de las veces que nos vestíamos de manera deportiva para jugar a algo. A papá le encanta vernos de lejos, mientras corremos y saltamos con un balón de fútbol o de voleibol en las manos. Las chicas a veces jugamos tenis o nos dedicamos a leer, pero los chicos nos dicen aburridas, papá se reía de nuestras caras de indignación y nosotras íbamos a jugar con ellos para cerrarles la boca.
Es bastante entretenido.
En estos momentos, los chicos están jugando fútbol en la cancha a lo lejos, mientras que cinco de las chicas juegan en el laberinto que tenemos justo enfrente, con algunas flores haciendolo ver más colorido. Ya nos sabemos la entrada y salida de memoria a pesar de ser grande, es solo que... Nos divierte perseguirnos por aquí y por allá hasta que nos atrapamos. Las demás están tomando el té en las pequeñas mesas donde estoy yo. Papá está sentado dos mesas lejos de la mía, pero cuando sus ojos encuentran los míos, los aparto y vuelvo a enfocarme en mi hermano.
— ¿Y eso por qué?— pregunta Bell a mi lado, dándole un sorbo a su té.
Ronald hizo menear sus rizos bastante pronunciados mientras golpeteaba la mesa con un dedo.
— No paraba de hablarme de la inauguración de la nueva editorial de papá.
Oh si. A Frey le encantan los libros. Recuerdo que, cuando era pequeña, se iba a mi cuarto para leerme cuentos antes de dormir. Pero papá lo reprendió diciendo que le saldrían ojeras si se dormía tarde y eso para él era inaceptable. Además de que, no era muy bien visto que un hombre estuviera en la habitación de una jovencita con valores como los míos.
Que excusa más barata.
Obviamente Frey le creyó y no pasó más por mi habitación. Solo me leía cuando yo terminaba mis clases y pasaba por la biblioteca, dónde era seguro que lo encontraría, con la mirada perdida entre las páginas y sus ojos ambar llenos de todo un mundo. Papá le tuvo que comprar lentillas cuando empezó con problemas de la vista. No quería que nadie supiera que uno de sus perfectos hijos tenía un problema como ese.
— Papá me dijo que fué todo un éxito— comentó Bell colocando sus indomables rizos hacia su espalda.
Era una chica adorable, con el cabello negro hasta la cadera— igual que todas— ojos oscuros y complexión delgada, cortesía de su dieta. Bell es bailarina de ballet. Le llamó la atención desde pequeña y padre no se negó a que resiviera clases. Siempre le gusta vernos contentos.
— Si, lo fué— Asintió mi hermano mirando hacia donde se encontraba nuestro padre, sobre mi hombro— papá hará una fiesta para celebrarlo.
— No nos lo ha dicho— murmuré con mi menuda voz a comparación de la de ellos.
Ronald al verme sonrió con dulzura y acarició mi mano junto a la de él. A casi todos mis hermanos les gustaba mostrarme cariño, a excepción de algunos de ellos.
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Perdida entre la perfecta imperfección
AcciónNo pensé que todo lo que conocía llamado mundo podía cambiar tan drásticamente. Pensé que la perfección que me rodeaba era real, pero tarde me dí cuenta de que todo era artificial, echo para engañar nuestros ojos. Es por eso que debemos desconfiar...