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— ¿Que haces?

Estaba en la biblioteca haciendo los deberes que me había dejado el profesor Clow. Aunque ya hacía bastante rato que había terminado y solo jugaba con mi pluma entre los dedos. Acomodé un mechón de mi cabello detrás de mi oreja antes de levantar la mirada hacia Kia.

Ella no esperó mi respuesta, solo se sentó delante de mí con sus libros abrazados. Su cabello cobrizo estaba sujeto en una corona de trenza que muy seguramente le había echo Maliah. Le había quedado bonita, solo que a Charlotte le salían mejor. Claro que ella solo se la pasa con Crisa.

Dos víboras juntas.

De resto tenían una especie de revolución. Es decir que, como mis otros hermanos no me trataban igual que ellas, ninguno les caía bien. Por supuesto, mis hermanos siempre trataban de que eso cambiara (casi nunca tenían buenos resultados). Pero se soportaban que era lo importante. Se daban los buenos días y se dirigían la palabra cuando era necesario. Yo hace mucho dejé de intentarlo. Por mucho que intentaba que las cosas entre nosotras mejoraran, nunca lo conseguía. Me rendí luego de múltiples intentos.

— ¿Quieres ser una de mis damas de honor?

Levanté la cabeza de la mesa y dejé de jugar con la pluma. Si, esa es Kia. Diferente a los demás por ser la única que lanza los temas como una bomba. Ni siquiera busca de hacer preguntas fáciles primero, solamente las hace y ya. La observé durante tanto rato que la presión la hizo levantar la cabeza con una mueca en su delicada cara que ocasionó una pequeña arruga entre sus cejas. Si fuese sido papá quién la fuera notado le hubiera dicho que dejara de hacer esa cara, pero yo la dejaba en paz, así como quería que me dejaran a mi.

— No me mires así, pareces una vieja. Ni siquiera papá me mira así.

— Deberías de agradecerlo.

— ¿Qué?

— Que no te mire, deberías de agradecerlo.

Otra cosa que la diferenciaba de las demás era que Kia no captaba las indirectas. Me encantaría que las entendiera ya que, entre todos mis hermanos, Arantza y ella son las únicas a las que se las puedo hacer. Es solo que no las captan. O al menos eso quiero creer.

— Bueno, no respondiste mi pregunta.

— ¿Es obligatorio?— Enarqué una ceja.

— No, pero me encantaría que una de ellas fueras tú. Además de que Arlo me dijo que te lo preguntara a ti.

Arlo McConell. Su prometido. Lo conocí el día que se comprometió con Kia. Al parecer le caí muy bien. Es un chico dulce de unos despampanantes ojos dorados y sonrisa dulce. Kia está perdidamente enamorada de él y siempre que Arlo viene de visita me incluyen a mí en sus planes y me trae regalos.

Si, es un excelente chico y al hablar con mis hermanos varones de él aceptan que no hubieran podido dejar que alguien más que él estuviera con nuestra hermana mayor.

— ¿A quien se lo has pedido?

— Papá me dijo que podían ser las chicas que yo eligiera, entre ellas Melisa la hermana de Arlo y Arantza.

— ¿Y te dió la sugerencia de que podías elegirme a mí?

— ¿Como lo sabes?

«Porque a papá le encantará verme en un vestido como ese y con un peinado tan bonito que no apartará los ojos de mí en toda la noche que se celebre tu boda»

Me mordí la lengua para no decir eso, simplemente me encogí de hombros sintiendo el roce de mi cabello en mi espalda descubierta.

Mis hermanas no entendían porqué papá me dejaba a mí usar ese tipo de vestidos con la espalda descubierta mientras que a ellas que eran las más grandes no. Yo tampoco se los decía. ¿Cómo podían ser tan ciegas? Yo quería que se dieran cuenta, carajo. ¿Se darían cuenta algún día?, y si lo hicieran, ¿Harían algo?. Miles de preguntas como esas asaltaban mi mente a diario, y no tenía respuestas. Rogaba porque algún día, todo esto acabara.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora