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Mi cumpleaños. El tiempo pasa más rápido de lo que uno puede llegar a creer.

Mientras Arantza me peinaba, Bell se encargaba de alisar mi vestido a más no poder. Era rosa con blanco. Nada extravagante, ni tan infantil ni tan adulto. Solo un vestido cualquiera. Kia había echo un buen trabajo. El vestido era hermoso. Papá no podía dejar de sonreír y felicitarla en cuanto lo vió. Todos estaban emocionados.

Todos menos yo.

No me emocionaba la idea de cumplir trece años. Era algo normal, creo.

Todos cumplimos años, no es algo del otro mundo, pero a papá si que le encantaba aprovechar cualquier ocasión para tener la casa llena de gente. Y más le emocionaba el día de hoy. Esta mañana me había ido a despertar con tanta euforia que me preocupé. Me había comprado unos tacones y me despertó solo para mostrarme cómo eran. No eran nada extravagantes, solo un poco altos, de color blanco brillante. Todavía recordaba lo que me había dicho.

«Ya no eres una niña Zibá, te estas convirtiendo en una mujercita, mi mujercita y te tienes que vestir y arreglar como tal»

«No sabes lo emocionado que estoy con todo esto cariño»

«Empezarás a vestir como toda una adolescente, pero solo como yo te diga. No quiero miradas sobre ti»

Claro. Él me quería para él solo. Yo era exclusiva. Solo para él. Nadie podía verme, hablarme o entablar una amistad conmigo fuera de la familia. En casa había una regla. Nadie podía salir de allí a menos que cumpliera los veinte años y conociera a alguien con el cuál casarse, como es el caso de Kia con Arlo. El siguiente en la lista sería Ronald... Luego Frey, y Arantza, después Bell, Charlotte.

Todos estábamos en una lista, y la última... Era yo.

Lo cual no me importaba. Conociendo a papá no me dejaría salir de aquí. Parecía una mariposa. Una mariposa con las alas encadenadas a una roca inmensa.

Yo nunca saldría de aquí. Me preocupaba eso y... Perder a mis hermanos de a poco. Tarde o temprano me quedaría sola y no lo soportaría. Por ahora estaba bien. Estaba conciente de que me despertaría, saldría de mi habitación y los encontraría a ellos pero... ¿Que haría cuando todos se fueran?

¿Que haría cuando Arantza se fuera?

— Los invitados están empezando a llegar— habló Bell, asomada por la ventana.

La sonrisa impresa en su rostro enmarcaba su bonito rostro cubierto por un maquillaje suave. Su delgado cuerpo de bailarina estaba enfundado en un vestido rojo suave, su cabello oscuro estaba recogido en un moño en la nuca con mechones rebeldes saliendo de él. Sus rizos eran indomables.

— ¿Por qué tan callada?

Levanté la mirada, pero volví a bajarla de golpe cuando me topé con mi reflejo en el espejo. Yo tenía todos los espejos cubiertos. Mis hermanas no entendían el porqué pero tampoco preguntaban. Esta vez me tuve que doblegar y dejar que le quitaran el enorme pañuelo que tenía sobre él. Yo nunca veía mi reflejo a menos que fuera imposible no hacerlo.

— Oye— Arantza levantó mi cara para que me mirara en el espejo— Te vez hermosa.

Le sonreí, pero no pensaba igual que ella. En ese espejo solo podía ver... A una extraña.

— Y lo estarás aún más cuando te coloques el vestido— canturreo Bell a nuestras espaldas.

Arantza me había echo una coleta en lo más alto de mi cabeza un poco suelta. Todo mi dorado y largo cabello estaba echo rizos, los cuales caían por mi espalda y hombro, sobre la tela de mi albornoz. Dos mechones acariciaban mi cara hasta llegar a hacerme cosquillas. También me habían maquillado, solo un poco, nada extravagante.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora