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El tiempo pasó. Ronald se casó y se fué, al igual que Kia, Dasha y Charlotte están comprometidas ahora. Hace unos días atrás cumplí quince años. Todos hemos madurado un poco en todo ese tiempo.

Ahora no éramos unos simples niños.

La doctora Sandra no a dejado de ponerme la inyección. Cuando tenía trece y no había podido venir gracias a que su hija estaba enferma, admito que estaba muy asustada. Pero papá se controló y esperó hasta unos días después en que me obligó a tomar pastillas anticonceptivas hasta que pasara el tiempo y la doctora pudiera volver y ponerme la inyección.

Mi forma de vestirme cambió. Aunque papá me sigue obligando a usar cosas en tonos pasteles y rosas, ahora manda a confeccionar vestidos para una adolescente de quince. Ahora mis vestidos no tienen bordados de flores ni animalitos. Ahora la cosa a cambiado y mi ropa es más seria.

— Sé como se usa un cronómetro Louis, no soy estúpida— Me armo de paciencia cuando escucho la risita de Maliah a mis espaldas.

Está acostada en una tumbona, con un vestido azul cielo puesto y un enorme sombrero que quizás le robó a Crisa, o fué uno de los regalos que le dió Kia semanas atrás cuando vino a visitarnos. El sol hace brillar su cabello, tan largo que tiene que subirlo a la tumbona para que no toque el suelo.

— Solo quería explicarte— me responde Louis desde la piscina.

Desde que nuestro hermano se fue a tenido que entrenar solo. Al principio no le gustaba, pero ahora me obliga a cronometrar su tiempo y observarlo mientras practica.

— Solo explícame porqué tengo que hacer esto— digo, con los pies metidos en el agua y mi vestido recogido para que no se moje.

Papá no está en casa, y tampoco mamá, así que no es un problema estar mostrando las piernas. A menos que Charlotte me vea y salga de chismosa. Algunos de los hombres de seguridad están dentro de la casa, pero supongo que es solo para ver si la cocinera les da algún bocadillo.

— Porque eres mi hermana.

— No soy tu única hermana. Tienes a Bell, a Arantza, Charlotte, Crisa— señalo a mis espaldas— Maliah.

— ¡A mi no me metan!— grita a mis espaldas.

Louis se ríe cuando me ve la cara de hastío.

— Es solo un rato.

— Más te vale que así sea.

Un rato después lo dejo solo en la piscina para acercarme a la cocina. Al entrar escucho la voz de papá. Está hablando del otro lado del mesón con la cocinera. Mis ojos viajan al mesón, donde a dejado su teléfono. En más de una ocasión intenté tomarlo. Aunque no lo sé usar, supongo que marcando el número de alguien puede que vengan, y entonces yo pueda...

— Cariño.

Doy un respingo cuando me doy cuenta que papá me está viendo. No me había fijado de que el teléfono acaparó toda mi atención. Acomodé mi cabello tras mis orejas y me acerqué a él para saludarlo como siempre. Con un beso en la mejilla.

— Padre.

Él se me quedó mirando con el ceño fruncido antes de mirar el teléfono también, y luego otra vez a mi. En un gesto leve lo tomó de la mesa y se lo guardó en el bolsillo del pantalón, sin dejar de observarme, el pendiente de mi reacción. Me acerqué al refrigerador como si no pasara nada, pero en mi interior me había pegado tres cachetadas por no haber sido lo suficientemente cuidadosa.

¿Qué demonios pasaba conmigo? ¡Si yo siempre era cuidadosa!

— Padre.

Terminé de sacar la jarra del jugo de naranja del refri y me giré para ver quién había entrado a la cocina. Era Izan. Maliah siguió su camino hacia el salón y lo dejó allí, se fué canturreando una canción. Mientras tanto papá estaba muy ocupado observando a Izan al mismo tiempo que yo me servía el jugo. Papá en un gesto que ya era natural en él le pidió la mano, aunque para mí fue extraño ver eso, ya que él solo lo hacía con las mujeres. Izan obedeció y le extendió ambas manos para que las viera, y entonces entendí.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora