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Hablar con papá había resultado ser aún más difícil de lo que pensaba. Al principio, solo llegó a mi habitación porque mis hermanos le dijeron que me sentía mal y por tanto solo le comenté que tenía malestares generales. Su expresión cambió de golpe cuando le dije que uno de ellos eran mareos y vómitos raros. Él pensaba que quizás me sentía así por lo que estaba pasando con Lili, pero no era así.

Yo sabía que no era así.

Él estaba arrodillado delante de mí con mis manos entre las suyas y poco a poco fuí notando que me las apretaba de más, pero no al punto de hacerme daño. Luego, guardó la calma, pero me preguntó si mi periodo seguía viniendo con regularidad.

La pregunta no me sorprendió. Tuve una clase de eso hace un tiempo. Él se lo había pedido a mi profesor cuando empezó con mi tortura. Nadie además de mi y mis hermanos varones sabían sobre cosas de sexualidad. Thompson decía que mis hermanas no tenían porqué saber de eso hasta el matrimonio y hasta entonces, Kia podía responder sus preguntas. Por ende, yo estaba más que enterada de todo eso.

Pensaba que quizás mi profesor se daría cuenta de que eso era raro, pero, sin duda no era algo que un poco más de dinero no pudiera solucionar.

Papá se puso pálido y no pudo soportar estar más tiempo de rodillas delante de mí, por lo cuál se puso de pie y hizo lo que siempre hacía: empezó a caminar de un lado a otro mientras se pasaba las manos por el cabello lleno de gel.

La doctora Greem nunca más apareció. No estoy segura, pero al parecer se mudó hace un tiempo con su hija. No la culpo, yo también lo hubiera echo si un hombre como el que me dió la vida estuviera detrás de mí. No lo soportaría tanto. Tomó la mejor decisión. Papá se fué de mi habitación un poco de después de prometerme que volvería conmigo dentro de poco, pero antes debía salir. Tenía ganas de tirar cosas a todas partes y de agarrar a patadas lo primero que me encontrara, pero eso no era muy sensato. En su lugar para no quedarme encerrada en mi habitación, me puse de pie y salí al pasillo. Fuera de la puerta de la habitación de Ronald se encontraban Crisa, Charlotte y Bell. La última me sonrió con tristeza en cuanto me vió, sin embargo, no le pude corresponder.

— ¿Que tal estás?— me preguntó cuando mi mano tocó la puerta—. ¿Papá ya habló contigo?

Asentí sin muchas ganas con una mano en la perilla y la otra apretando mi vestido.

— Fué a hablar con la doctora.

— Debe de estar muy estresado con todo esto.

Su suspiro no me generó nada. ¿Estresado? Si lo estaba no se le notaba en nada. Sin duda se le veía ocupado, más no estresado. Lo que me pasaba era muy distinto a lo que pasaba con mi cuñada.

— No debe tardar en venir— suspiré, entreabriendo la puerta—. Traerá a la doctora para hacerme algunos análisis.

— Zibá, detente un momento.

Iba a pasar por alto la demanda de Charlotte, pero antes de que pudiera entrar a la habitación me tomó del hombro y me mantuvo en mi sitio, aunque no aflojé el agarre en la puerta.

— ¿Que te pasa Charlotte?— Bell la miró mal—. No seas brusca.

— Lo que le pase a ella no me importa en lo más mínimo— bufó—. Si le está pasando lo que creo es porque ella lo quiso, solo quiero saber si papá a dado noticias de mamá. Sin duda creo que te dice de todo a ti y a Louis antes que a cualquiera de nosotros.

— ¿Lo que crees que le está pasando?— Bell parecía confundida mientras que Crisa se mantenía callada a su lado con la mirada fija en mí—. ¿A que te refieres con eso?

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora