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El lago de los cisnes en piano es una melodía totalmente relajante. En el exterior está nevando, o al menos eso es lo que se vé a través de los enormes ventanales del salón de recreo. No tenía nada que hacer luego de que terminé con mis tareas así que bajé y me senté delante del piano desde hace tres horas. Ya casi es hora de almorzar pero lo que menos tengo es hambre.

Las náuseas llegan con cada pequeño olor que toca mi nariz y no es nada agradable botar todo lo que te has llevado a la boca en el retrete.

«Tengo que hablar con papá»

Eso fué lo primero que pensé a penas me desperté, es solo que, cuando fuí a buscarlo, ya se había ido a trabajar. Papá había estado muy intenso y no había sido para nada cuidadoso. Sobre todo porque, si fuera sido así, hubiera tenido en mente que la doctora Greem no apareció más nunca y por ende, no me puse la inyección.

Maldita sea. No puedo estarme pasando esto.

Todo porque Thompson Maklafferdie es un bruto. Pisé una tecla con más fuerza de la debida, luego aparté las manos del instrumento para pasarlas por mi cara. Me extrañaba que nadie hubiera venido a molestarme con que ya casi estaba el almuerzo. Aunque claro, el coche de Ronald había llegado muy temprano, quizás todos están tan interesados en pasar tiempo con él y Lili que no se han dado cuenta aún de mi ausencia. La herida de mi pierna mejoró bastante, ahora puedo bañarme sin tener cuidado de mojar mi piel en esa zona lo cual ya es todo un avance.

Llega un momento en el que me aburro y me pongo de pie para ir a saludar a Ronald. Por mucho que me preocupe lo que me está pasando— que aún no está claro— me gusta pasar tiempo con mis hermanos, y más con él. Camino por el pasillo pero no veo a nadie. Poco a poco me voy acercando a la sala— o a una de tantas que tenemos— en la que se encuentran todos los Maklafferdie. No tardo en escuchar murmullos desde el interior y cuando entro me quedo aún más confusa de lo que ya estaba por la soledad de los alrededores.

Kia está aquí también, junto a Arlo y a Rose, es solo que la bebé está dormida en el sofá junto a Dylan y ellos están junto a Ronald, dando la espalda a la puerta por la que acabo de entrar. No sabía que vendrían hoy también. La primera en verme es Arantza, quien abre mucho los ojos y se acerca tan deprisa que todos los demás se dan cuenta y voltean a verme con la excepción de Arlo, Kia y Ronald. Los observo tan rápido como puedo. Parece como si fueran visto un fantasma lo cual ya empieza a inquietarme. Mi hermana me toma del codo y con suavidad y sigilo me saca de la sala de nuevo. Tan rápido como me agarró del brazo logro soltarme y le pongo mala cara.

— ¿Se puede saber qué te pasa?— le espeto, porque ese comportamiento no a sido nada normal. Arantza se acomoda el cabello detrás de las orejas y se abraza a si misma. Está preocupada, eso está claro, y hoy no lleva puesto vestido, sino pantalón y camisa—. ¿Arantza?

— No puedes entrar allí.

Eso es lo único que me dice. Se remueve incómoda, alternando la mirada entre la puerta y yo. Por los rastros húmedos en sus mejillas imagino que estuvo llorando y varios de mis hermanos tienen los ojos rojos como si también lo hubieran echo. Me arreglo un poco el vestido sin perderla de vista.

— ¿Pasó algo?

Ella asiente y con voz temblorosa me dice algo que me deja inquieta y asustada.

— Algo muy grave Zibá.

Trago saliva. De pronto siento un escalofrío por toda mi espalda, pero trato de mantener la compostura y vuelvo a hablar.

— Arantza, no te estoy entendiendo.

— No es fácil de decir.

— Solo dímelo.

Un sollozo rompe desde sus labios, pero no alcanza a decirme nada porque de pronto la puerta que da a la sala se abre. Lo primero que veo es a Arlo con un brazo sobre los hombros de Ronald. Lo segundo es el aspecto de mi hermano. Tiene ojeras, el cabello revuelto, la corbata mal puesta y los ojos los tiene tan rojos como si sus vasos sanguíneos se fueran reventado, pero cualquiera se daría cuenta que es por culpa de las lágrimas que buscan salir. Parece como si no fuera dormido desde hace un tiempo y su piel está tan apagada que no parece él. Me sorprendo tanto que no me doy cuenta sino hasta que mis ojos encuentran los de él.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora