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Mi cumpleaños ya había pasado. Ahora, en medio de aquel desastre estábamos planeando la boda de Kia.

Su vestido sería confeccionado por mamá por petición de ella. Kia, cómo buena hija que es, no objetó nada. Las chicas estábamos probando cómo nos quedaban los vestidos que usaríamos. A diferencia de Arantza y de mí, que seríamos dos de las damas de honor, las demás tenían la opción de elegir el color y el modelo de su ropa para ese día. Preferían eso a usar uno igual, como si fueran fotocopias. Todos en aquella casa teníamos algo que nos diferenciaba de los demás. Ya fuera Arantza y su violín, Maliah con la repostería, Louis con la natación o yo con el piano.

La boda sería en un mes. Los vestidos ya estarían listos para entonces. Pero recordaba que eso no era lo que nos había llenado de ilusión, lo que si lo hizo fueron las palabras de mi hermana al decirnos que Arlo y su familia querían que la boda fuera en el exterior. Todas nos quedamos sin aire en los pulmones y la idea de salir de aquella casa por primera vez era lo único que moraba en nuestras cabezas.

Podríamos salir.
Por primera vez en toda nuestras miserables y perfectas vidas.

Nos emocionamos tanto que los rumores pasaron de sirviente en sirviente y no tardó nada en llegar a oídos de mamá y papá. Me quedé fría cuando Louis me dijo que papá se había llevado a Kia a su oficina. Pensé lo peor. Pero solo era para hablar con ella en compañía de mamá.

Recuerdo con lujo de detalles la expresión de su cara al salir de la oficina. Era una mezcla de rabia, tristeza y decepción. Cambió de golpe cuando me encontró en compañía del mayordomo a mitad del salón. Sonrió con tristeza tratando de ocultar lo que realmente sentía mientras se acercaba a mi y solo puso sus manos en mis hombros antes de hablar.

— La boda será aquí hermana.

Mamá y papá a nuestras espaldas nos observaban en silencio. Yo no dije nada al respecto, aunque sabía que Kia se sentía mal. Ella era nuestra hermana mayor y nos amaba. Quería, en el día de su boda, darnos un regalo también, a pesar de que ella fuera quién debía recibirlos. Poder rozar la libertad. Poder sentir la brisa plena golpear nuestras caras sin esperar a que se colara por los muros que nos apresan día y noche.

Mamá y papá no tardaron mucho en desaparecer dentro de la oficina y el mayordomo nos dejó a solas. Kia parecía tener una lucha interna con sus sentimientos. Sé cómo se siente eso. Cuando quieres dejar salir todo y no puedes.

— Vamos.

Con eso, nos tomamos de la mano y subimos hasta que nos encerramos en su habitación. Había un maniquí allí dentro, con pedazos de tela sostenidos por alfileres. Los hilos y agujas estaban todos dentro de una cestita que mi hermana utiliza para guardar sus cosas.

— ¿Cómo vas con tus clases?

Era una de las preguntas que me hacía con más frecuencia. Kia, a pesar de jugar con nosotros cosas que una chica de su edad no jugaría y parecer una niña al hacerlo, no dejaba de ser nuestra hermana mayor. No dejaba de preocuparse por nosotros. Era algo que le salía de forma natural. Incluso a Crisa y a Charlotte les gustaba, aunque no lo admitieran. Kia era muy maternal con todos. Los sirvientes la adoran, al igual que mamá y papá y los que pronto serán sus suegros. Sin mencionar a Arlo.

Me senté en su cama una vez empezó a recolocar los alfileres a la tela sobre el maniquí, dándole la cara a las largas cortinas blancas que se movían cuando el viento entraba por el balcón.

— ¿Hermana?— insistió Kia al no escuchar respuesta de mi parte.

— No lo hagas— las palabras salieron de mi boca como si me estorbaran en la garganta.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora