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Bell y Maliah me explicaron cómo se debía colocar una toalla sanitaria. También me mencionaron algo sobre dolores de vientre y agua tibia pese a que anteriormente yo ya había visto clases de esto. Papá se había ido de la habitación porque ellas se lo pidieron y le explicaron que era porque, al ser mi primera vez, sería vergonzoso.

— No creo que los dolores sean tan fuertes al ser tu primera vez— Explicó Maliah con la suavidad que la caracterizaba mientras recogía mi cabello en una corona de trenzas frente a mi tocador rosado el cual tenía el espejo cubierto.

Nadie que haya entrado a mi habitación me ha preguntado porqué los tengo cubiertos y tampoco me gustaría que me preguntaran. Solo Louis se hacía una idea del porqué. Él lo sabía, no le fué demasiado difícil seguir las pistas hasta armar una posibilidad. Me puse de pie cuando el peinado estuvo listo, pero puse una mueca al sentir la incomodidad entre las piernas.

— Te sentirás un poco incómoda— Me sonrió Bell al verme la cara— Pero te acostumbras con el tiempo. Llevaré tu ropa sucia a la lavandería.

— Papa les dió órdenes a las sirvientas de prepararte té.

— ¿Dónde está?— pregunté intentando que no se notara lo rojo de mi cara. Fué Maliah la que me contestó mientras doblaba algunos de mis vestidos.

— Tuvo que salir por cuestiones de trabajo hermana— suspiró— Últimamente a estado muy estresado.

— ¿Alguna de ustedes sabe por que Crisa está castigada?

Maliah y yo levantamos la mirada hacia nuestra hermana. Luego de un rato en que no apartamos los ojos para nada sus mejillas se ruborizaron. Bell solía ser una de las más curiosas y sabía que nunca hablábamos de eso a menos que quisiéramos que papá se enterara.

— ¿Por que preguntas eso tan de repente?— Maliah tenía el ceño fruncido lo cual era gracioso porque ella era más tierna que otra cosa.

— Louis me dijo que escuchó a papá hablando con Izan. Al parecer vió que estaba discutiendo con Crisa en la cocina.

— ¿Por qué Izan discutiría con Crisa?

Maliah parecía más perdida que un ciego en una ciudad nueva y yo estaba igual. Izan no era de los que peleaban y mucho menos con Crisa. A ninguno le agradaba el otro así que no se hablaban a menos que fuera importante. Crisa era una de las que quería que Izan dejara de tallar.

— ¿Quién fué a ver cómo estaba?— pregunté.

Cuando papá castigaba a alguno de nosotros, otro iba a su habitación a... Ayudarlo en ciertos sentidos. En mi caso era Arantza quién me había ayudado en las tres ocasiones que me castigaron. Maliah arrugó su regordeta cara ante mi pregunta. Trataba de mantener a raya lo que comía porque todo se le notaba en la cara. A Maliah le encanta comer. Tanto que papá tuvo que detenerla y ahora va a citas con un nutricionista que la ayuda a balancear su peso. A mi hermana le asustan las agujas y los bisturí, así que prefiere esas citas y dietas antes que papá le obligue a operarse.

— Charlotte— respondió al fin— mamá se quedó con ella toda la noche antes de irse.

— Al parecer fué en los brazos esta vez— mencionó Bell con el rostro contraído de dolor.

— Ya. No hablemos de eso— finalicé.

Aunque era inevitable. Ese era nuestro hogar. Teníamos que vivir con el temor de quién sería el siguiente y a ninguno de nosotros nos gustaba. Porque papá nos estaba rompiendo y no se daba cuenta. Nos causaba tanto dolor que por las noches tenías miedo de llorar y que te escuchara, porque sabías que iría a buscarte de nuevo.

Era retorcida la manera que le gustaba castigarnos.

— Bien, hablando de otra cosa...— comentó Bell— Dentro de una semana es tu cumpleaños hermana.

Arrugué la nariz y dejé de verla, alisando mi vestido de un color morado claro.

— Luego de eso, después de una semana es la fiesta de celebración por la inaguración y luego es la boda de Kia.

— Nunca habíamos tenido tantas fiestas en tan poco tiempo— murmuré agitada de solo pensarlo.

— Papá empezó desde esta mañana con la preparación de todo para tu cumpleaños— dijeron las dos al unísono.

Las miré con una mueca a ambas antes de salir de mi habitación seguida de ellas que se peleaban por una tontería como haberlo dicho al mismo tiempo. Llegamos al pasillo, pero nos detuvimos al escuchar las melodías de el violín de Arantza. Mis dos hermanas quedaron encantadas al escuchar la melodía, pero yo no. Había algo en las notas, algo que yo sabía distinguir muy bien.

Eran tristes.

Arantza estaba triste y yo no sabía el porqué. Me acerqué en dos pasos a la puerta y mantuve los dedos suspendidos, pero no toqué la puerta. Yo más que nadie sabía lo molesto que era estar triste y que no te dejaran en paz. Luego de un momento volví a bajar la mano y seguí a mis hermanas escaleras abajo. Luego hablaría con ella, cuando se sintiera mejor.

Al llegar a la parte de abajo, ambas se despidieron de mí y se fueron a otro sitio. Yo me detuve en cuanto una de las sirvientas a la cual no conocía de nombre se acercó a mí con una cálida sonrisa y su uniforme bien arreglado.

— Señorita Zibá, su hermana Kia quiere verla.

— ¿Pasó algo?— pregunté confundida.

Muy pocas veces mis hermanos solicitaban verme y solo lo hacían cuando papá los castigaba. Aunque no era todo el tiempo y papá no estaba en casa. Había salido, por lo cual esa idea quedó descartada. La chica negó con sutileza y volvió a sonreír.

— No se preocupe, no es nada malo señorita. Solo a solicitado verla, su prometido está con ella.

Ah, con que era eso. Sonreí a la puerta que daba al patio y me acerqué rápidamente mientras le daba las gracias a la muchacha por avisarme. Si había algo que me emocionaba un montón eran las visitas de Arlo. No sólo por los regalos que me traía, sino porque siempre traía una historia nueva en mente para contarme. Desde la vez que conoció la muralla China hasta su viaje donde pudo conocer Machu Picchu. Había conocido las maravillas del mundo y tenía pensado llevar a Kia luego de su boda.

Estaba feliz por ella. Quería que estuviera feliz fuera de estas paredes y Arlo le daba esa felicidad. Quería que saliera de aquí, que conociera lo que la esperaba afuera y que no estuviera preocupada por nada más que colocar protector solar en su piel a la hora de salir. El mayordomo abrió la puerta para mí y casi al instante mis ojos encontraron lo dorado de los suyos. Kia sonrió a penas me vió y Arlo abrió los brazos.

— ¡Pero miren a quién tenemos aquí!

— Espero que me hayas traído una historia que valga la pena escuchar— dije en vez de saludar.

Él levantó las cejas, entre sorprendido y burlesco y Kia se rió por dicha mezcla.

— Pues entonces espero que te guste la historia de mi recorrido por Italia.

Él sonrió y yo le mostré todos mis dientes antes de lanzarme riendo entre sus brazos. Eso, antes de que mi hermana y él comenzaran a hacerme cosquillas.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora