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Faltaban dos días para mi cumpleaños y ya todo estaba listo. Papá me dejó escoger el modelo de mi vestido— bajo su vigilancia— junto a Kia. Ella lo confeccionó para mí. Si bien papá quería que mamá se encargara de ello, aceptó que Kia lo hiciera. Se sentiría muy orgulloso de ver el trabajo de su hija mayor.

A dónde sea que veías dentro de aquellas paredes podías ver gente moviéndose de un lado a otro, buscando y colocando cosas. Papá quiso llenar todo el salón con flores en tonos rosas y blancas, los cuales eran los colores que pensaba eran mis favoritos. Yo no decidía nada de aquello, a duras penas me dejó escoger mi vestido y él eligió el color. Mi vestido no tendría aberturas por ningún lado, sería aún más discreto que los que tengo para el día a día. No quería que, al pasar por el salón, caminando, papá solo me mirara lo descubierto de mi espalda o mis piernas. Mis hermanos varones no tenían permitido ayudar en nada, solo tenían que estar al pendiente de sus propios trajes para el día de mi cumpleaños. Las únicas que estaban ayudando un poco en las decoraciones eran mis hermanas.

Últimamente había estado mejorando mucho en mis clases de inglés y francés. Al terminar las clases me senté delante del piano a practicar la pieza que tocaría en la boda de Kia, ya estaba casi perfecta cuando sentí que alguien tocó la puerta.

Papá no tocaba la puerta para entrar así que supe de inmediato que no era él. Al abrirla, me encontré con Frey. Siempre me había preguntado porqué papá no cambiaba de piso a mis hermanos varones. Sus habitaciones eran del lado izquierdo del pasillo mientras que las de las chicas eran las del derecho. Quizás papá sabía que ellos no serían capaces de hacernos nada malo. El único que podía hacerlo era él.

— Ey hermano— lo saludé.

Él me sonrió en cuanto me escuchó.

— ¿Quieres ir a la biblioteca o estás muy ocupada?

Negué con la cabeza rápidamente y lo acompañé a la biblioteca tras cerrar la puerta de mi habitación. Una de las sirvientas pasaba en ese momento. En cuanto nos vió me sonrió, pero a Frey... Se le quedó mirando de manera extraña. Se le quedó mirando de la misma manera que Kia mira a Arlo. Alcé las cejas, sorprendida en cuanto mi hermano la saludó con un movimiento de cabeza. Sus mejillas se tiñeron de rojo y casi salió corriendo en dirección contraria a la nuestra con un ramo de flores en mano. Apreté los labios para no reírme pero no me salió muy bien. Frey al verme chocó su hombro con el mío y se rió, pero no dijo nada al respecto.

Media hora después estábamos desparramados en uno de los sofás de la biblioteca con un libro en manos. Mis hermanos debían estar en sus habitaciones, Bell con sus lecciones de ballet, Izan tallando en madera, Maliah practicando alguna receta nueva, Kia confeccionando alguna prenda nueva... Si, todos debían de estar en sus lecciones.

Excepto Dasha y Charlotte, que se encontraban paseando por el laberinto. Desde la ventana, antes de sentarnos pudimos verlas. Aunque no caminaban justas, cada una por algún extremo pensando en sus cosas. Crisa tenía cólicos debido a nuestra visita mensual, era por eso que ha estado casi todo el día durmiendo.

Alcancé a ver que Dasha tenía un libro de primeros auxilios en las manos. Ella soñaba con ser doctora y ayudar a los demás de esa manera. Recordaba la vez que me caí en el laberinto. Me torci el tobillo y fué ella quién me ayudó. Papá quiso llamar a la doctora, pero ella le aseguró que no era nada grave. Eso pasó una semana antes de cumplir los cinco años y que papá empezara con mi tortura.

— ¿Ya lo terminaste?— pregunté en cuanto vi a Frey cerrar el libro.

Sus ojos ámbar se achinaron por una risa antes de pellizcar mi nariz.

— El cuento era corto hermana.

— Lee otro.

— Papá no me permite leer más de un libro al día además de mis clases para evitar que mi vista empeore Zibá.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora