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Las órdenes de papá habían sido claras. Nadie además de él había entrado a mi habitación y solo se quedaba pocos minutos antes de desaparecer otra vez. Ni siquiera Arantza o las sirvientas tenían permiso de entrar. Durante el resto del día me la pasé tocando el piano y haciendo mis tareas. Cuando no tuve nada más que hacer, saqué mi diario de donde lo tenía oculto y escribí en la última página que tenía en blanco. Cuando terminé, solo lo volví a esconder detrás de la cama con la cinta adhesiva.

La noche cayó lento, tan lento que me había duchado y me había pasado horas boca abajo en la cama preguntándome cómo estaría Ronald. ¿Que había pasado con Lili? ¿Estaba bien? ¿Habían pedido dinero a cambio de devolverla con nosotros? ¿Habían encontrado al responsable? Y mis hermanos, ¿Se estarían preguntando por qué me había enfermado tan de repente? ¿Arlo se preguntaba por qué estaba encerrada?

Solté un suspiro cuando una brisa helada se coló entre las cortinas de mi habitación a la vez que la puerta se abría. Papá me sonrió y me indicó que me sentara. Traía una bandeja con comida en las manos.

— Papá...

— ¿Tienes hambre?

— No mucha, en realidad, solo quiero saber cómo está Ronald.

Papá se sentó y puso la bandeja en mis piernas con cuidado. Luego desató su corbata. La hora de dormir ya era presente así que lo más probable era que mis hermanos estuvieran en sus habitaciones, dormidos.

— Estará bien mi niña— poco a poco fué soltando la trenza que tenía—. Tu hermano es muy fuerte.

— ¿Te han dado noticias de Lili?

Arlo me había comentado que la estaban buscando. Papá no dejó de pasar los dedos entre las hebras de mi cabello, pero sentí cuando se tensó.

— No te preocupes por eso. Ahora solo quiero que comas algo.

— ¿Arlo y Kia siguen aquí?

— No, se han ido hace rato.

Era de suponerse. A Kia le encantaba traer a Rose para que pasara tiempo con todos sus tíos y tías, pero no le gustaba quedarse a dormir en esta casa. Era normal viendo que la mayoría de nuestros castigos era por la noche. A ella misma la habían castigado a altas horas de la noche en plena oscuridad.

— Charlotte y Crisa extrañan a mamá— comenté con tono suave.

— Ella está al tanto de cómo están todos ustedes.

— Pero...

— Te he dicho que quiero que comas Zibá. Nada más eso. Come y guarda silencio.

Le hice caso. Su tono había cambiado durante toda la conversación. Parecía tensó y enojado. Tomé un trozo de manzana de mi bandeja y la metí a mi boca siguiendo su orden. Las cosas no estaban en las mejores condiciones y yo no quería empeorar nada. Papá no había mencionado nada de mi embarazo desde que la prueba dió positivo. No sabía lo que pensaba al respecto o que medidas tomaría. Esperaba que nada doloroso. Sus dedos se detuvieron y de nuevo lo tuve sentado a mi lado. Tomó la bandeja y se la colocó en las piernas. Puse una mueca cuando tomó la taza de avena. No me gustaba, pero no me negué cuando empezó a darme cucharadas. Una detrás de otras.

— Tu cabello a crecido mucho— murmuró cuando vió que ya ponía muecas por la avena. Se puso de pié para poner la bandeja en la mesita de noche.

— Le diré a Laura que lo corte más en su próxima visita si lo prefieres.

— Ni siquiera lo pienses— dijo, sentándose de nuevo para pasar los dedos por mi cabello—. Sabes que me gusta largo.

— Entiendo.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora