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Izan y yo no hablamos en el camino a la pequeña sala de estar que está a un lado del estudio de mamá. Es realmente acogedora. Tiene un par de sillones delante de una chimenea que ahora está encendida, una mesa en medio de ambos sillones donde hay un florero vacío. Hay una pequeña estantería con algunos libros además de una alfombra en el piso y cuadros en las paredes. Izan me sostuvo la puerta para que entrara. Puse los lentes oscuros en mi cabeza para mirar a través del vidrio de la ventana. Desde aquí podía ver hacia el garaje justo delante de una pequeña fuente que hay que rodear con el auto para llegar al camino y salir a la calle.

— Le he pedido a la cocinera que trajera unas tazas de chocolate caliente— me avisa una vez que se sienta en uno de los sillones para tomar el libro que traía en las manos desde antes.

Mi vista sigue fija en el garaje. Papá muy pocas veces nos deja ir hacia allá, y cuando lo hace tenemos que estar acompañados. Seguro tiene miedo de que tomemos uno de los autos y salgamos de aquí, aunque hay varias cosas que nos lo impiden. La primera, si las sirvientas o los de seguridad nos ven caminando cerca de los autos no dudarán en avisarle. Segundo, ninguno de nosotros a excepción de Ronald sabemos conducir. Y tercero, no llegaremos más allá del portón bajo vigilancia.

— ¿Por qué no vienes y te sientas?

Volteo a ver a Izan. Sus ojos están puestos en mi mientras reacomoda las vendas que le cubren las manos y se pierden bajo su saco. Supongo que deben de dolerle las heridas recientes las cuales nunca deja que miremos. Maliah casi se desmaya un día que le vió una de ellas llena de sangre, pero no lo hizo. En su lugar salió corriendo hasta el baño de su habitación y botó todo lo que había comido desde el desayuno. Izan se sintió mal después de eso. Solo tenía doce años y Maliah estaba aún más pequeña. Trás ver que mi pierna me sigue doliendo le hago caso y rodeo su sillón para sentarme en el otro.

La madera crepita mientras se quema en la chimenea pero no le hago caso. Estoy bien con lo cálida que está la habitación, aunque Izan no tarda en desprenderse de su saco, el cual supongo le generaba aún más calor.

— Bien— me observa un momento antes de continuar— Dijiste que tenías que hablar conmigo de algo.

— En realidad tengo que hablar contigo de dos cosas.

— ¿Me harás elegir entre la buena y la mala?

— No hay buena ni mala, solo está la más sencilla para ti y la que creo que será más difícil de decir para mí.

— ¿Por qué dices que la primera será más sencilla?— pregunta curioso a la vez que sus ojos se entrecierran.

— Porque solo hace falta que comprendas lo que digo y te lo creas.

— ¿Y qué pasa con la segunda?

Ante su pregunta entorno un poco los ojos. Él al darse cuenta se cruza de piernas y se recarga en el respaldo del sofá, prestando total atención a lo que digo pero lo pienso mejor. Si hablo por adelantado, es más probable que tome sus cosas y se vaya a otra parte sin escuchar nada de lo que tengo para decir, así que ignoro su última pregunta y voy directo al grano.

— Quiero que sepas que lo que pasó ese día en la cocina no fué tu culpa.

No tengo que dar muchas explicaciones para que lo entienda. Ambos sabemos de lo que hablo y la expresión que se a instalado en su rostro me lo deja claro. Su cabeza se va hacia un lado antes de responder.

— No sabes lo que pienso al respecto Zibá.

Asiento porque tiene razón. No soy adivina para saber lo que piensa, pero soy observadora, y las reacciones que a tenido estos días luego del incidente con mi pierna me dan una idea de qué es lo que siente.

— No, no sé lo que piensas. Pero si sé que has intentado por todos los medios posibles estar lejos de mi.

Su cabeza se endereza y su cara se deforma en una mueca casi imperceptible que no hubiera visto si no la hubiera estado buscando. Casi no a hablado conmigo desde ese día y cuando lo hace intenta que la conversación no sea tan larga. Si llega a extenderse solo saca como excusa que tiene cosas que hacer y yo también. Suelta un suspiro cuando la puerta se abre, revelando a una de las sirvientas que trae una pequeña bandeja con las dos tazas de chocolate y unas cuantas galletas. Sus mejillas se ruborizan cuando Izan le da las gracias y a duras penas se las ingenia para decirnos que mis hermanos están tomando el té sin que se le trabe la lengua en el proceso. Seguido de eso sale de la habitación cerrando la puerta que desde que entramos a estado abierta. Supongo que no se dió de cuenta.

Izan espera a que tome la taza de chocolate humeante entre mis manos para calentar un poco mis dedos. Siempre he sido de piel fría pese al calor que pueda estar haciendo, mientras que mis hermanos tienen la piel tibia y desprenden calor.

— No he intentado alejarme de ti— pronuncia con voz suave pero firme. Un resoplido burlón y el característico tono irónico lo hace fruncir el ceño cuando las palabras salen de mi boca.

— Si, claro.

— Zibá, hablo en serio.

— Pues no me lo creo.

— No podría alejarme de ti ni aunque lo quisiera.

Sus palabras hacen ruido en mi cabeza durante unos instantes en los que solo nos observamos, él decidido a que le crea y yo intentando no hacerlo. Al final soy yo la que rompe el contacto visual con él para darle un sorbo a mi chocolate concentrada en no quemarme la lengua cuando lo hago.

— Solo quiero que sepas que nada de eso fué tu culpa.

— El agua hirviendo te cayó en la pierna cuando papá me iba a llevar para castigarme.

— Admito que sí, entré en pánico al ver tal escena Izan, pero no hice que el agua aterrizara en mi pierna a propósito— aclaro mirandolo fijamente— soy demasiado cobarde para hacerme daño a mi misma de forma deliberada. Lo que pasó solo fué un accidente.

— Uno muy conveniente.

Lo miro con el “¿Es en serio?” grabado en mi expresión. Hablar de un solo tema durante mucho rato suele aburrirme o— en casos extremos—, llegar a ponerme de muy mal humor. Es solo que no entiendo porqué con él las cosas no son así, y si lo fueran no puedo dejar que siga pensando eso. Además de que su actitud hacia mi después del incidente, tan fría y hostil me hiere de alguna forma. No puedo dejar que siga pensando eso y que se despegue aún más de mi.

— Nesecito que me creas Izan— sus ojos sostienen los míos mientras mantiene sus manos apoyadas en su estómago hasta que inclina la cabeza en un gesto afirmativo.

— Te creo Zibá.

— Bien— sonrío como una niña pequeña.

— Bien, ahora que eso está arreglado dime, ¿De qué era lo otro que querías hablarme?

Poco a poco borré la sonrisa. Sus manos bajaron a la mesa para tomar su taza y llevársela a los labios a la vez que sus ojos me examinaban con cuidado. Tragué saliva. Me daba un poco de miedo decírselo. Sonrió contra su taza al verme la cara y de a poco la dejó en la mesa de nuevo.

— Parece que...

— Un tiempo antes de mi cumpleaños número trece— lo interrumpo, tomándolo por sorpresa— Crisa me hizo caer en las escaleras y luego papá la castigó— Recuerdo. Veo el momento exacto en el que el músculo de su mandíbula se tensa y toda su cara cambia antes de apartarla a otro lado que no sea yo— Las chicas te vieron peleando con ella en la cocina Izan, ¿Me viste cuando estábamos en las escaleras y me caí?— No responde, en su lugar se pone de pié para aflojarse la corbata y luego mete sus manos en los bolsillos de su pantalón con sus ojos perdidos en la ventana— ¿Fuiste tú quien le dijo a papá lo que Crisa hizo y fué por eso que la castigaron?

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora