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El mes pasó volando. Hoy es la boda de Kia. Todo está tan arreglado en el jardín que no pareciera que estamos en otoño. Las hojas de los árboles fueron recogidas para que no estorbaran y el día de hoy, a pesar de la brisa fría que hace, el sol brilla a más no poder.

No entiendo porqué Arlo y ella decidieron casarse en estas fechas si podían hacerlo en primavera. Aún así, no digo nada. Arantza y yo, al igual que las dos hermanas de Arlo de la cual solo conozco a Melisa, la mayor estamos al lado izquierdo del altar, esperando a que entre Kia. Los vestidos de las damas de honor son de color azul claro y nuestro cabello está sujeto en un moño bajo con rosas blancas decorando. Mamá y papá se han combinado a la hora de vestirse, lo cual me parece absurdo. Los cuatro acompañantes de las damas de honor están al otro lado, entre ellos está Louis. A los demás no los conozco.

Mi familia, grande y numerosa está del lado derecho.

No conozco a la mitad de las personas que han venido, así que no les presto nada de atención. Arlo está frente de nosotras, delante del cura que llevará la boda a cabo. Cuando sus ojos se encuentran con los míos puedo visualizar cómo se siente. Está feliz. Muy feliz y esa felicidad aumenta a más no poder cuando la música empieza a sonar y Kia entra tomada del brazo de papá.

Ella también está feliz, más de lo que la he visto nunca.

La boda sigue como debería y al final, Arlo y Kia se convierten en marido y mujer. La fiesta prosigue dentro de la casa ya que el frío no deja que estemos más tiempo en el jardín. Desde mi mesa puedo ver lo mucho que sonríen Arlo y Kia y no puedo evitar o al menos pensar en otra cosa cuando un poco de envidia invade mi cuerpo.

Kia se va, y, a pesar de que estoy muy feliz por ella, no puedo dejar de pensar que quizás a mi no me pase lo mismo nunca.

«¿Algún día papá será capaz de soltarme?»

«¿Llegaré a ser la mitad de feliz de lo que son Kia y Arlo en estos momentos?»

Sacudo la cabeza y me pongo de pie completamente molesta conmigo misma. Me obligo a no pensar en nada de eso todos los días y sin embargo... Aquí estoy; con la cabeza echa una maraña de pensamientos y el pecho desbocado de tantas sensaciones. Al llegar al único baño que se encuentra en el piso de abajo, entre el pasillo que lleva a más habitaciones, entro con las manos temblorosas y las mojo en el lavamanos hasta que siento que todo a desaparecido.

Cuando salgo me encuentro a papá de pie a mitad de camino. Toda la gente está reunida en el salón, por lo cuál... Estamos solos. Una sonrisa es lo primero que aflora en su demacrado rostro nada más verme. Papá es una de esas personas que aparentan tener menos edad de la que tienen de verdad, pero últimamente a estado cansado y no a dormido bien, lo cual conlleva a que no me deje dormir nada a mi tampoco. Tiene unas ojeras marcadas bajo los ojos y su piel a perdido brillo.

Ojalá pudiera decir que algo de eso me preocupa o me importara.

— Zibá.

— Padre— lo saludo, aunque soy incapaz de moverme mientras su mirada lasciva escruta de arriba a abajo mi vestido.

Pese a que nunca me detenga a aceptarlo, sé muy bien que papá tiene poder en mi. Quiero seguir caminando pero no puedo. No puedo y lo detesto. Mis pies parecen estar hundidos en concreto.

«Solo quiero irme, solo quiero desaparecer»

— Kia a estado preguntando por ti— me dice cuando sus ojos al fin buscan los míos.

— Estaba en el baño— musito en voz baja.

Siempre que quiero hacerle frente al problema no puedo. Me pasa esto. Me quedo congelada con las manos aferradas a la tela de mi ropa, aporreandola como si ella tuviera la culpa. Papá da unos pasos a mí y me obliga a agachar la cabeza. Siempre hace eso. Pareciera que le gustara dominarme de esta manera.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora