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— Responde— le exijo poniéndome de pié igual que él, aunque me da la espalda— ¿Fuiste tú?

— ¿Que harás si te respondo Zibá?— se da la vuelta para observarme. Sus ojos pasan por mi cabello suelto en mis hombros hasta mi cadera, que es hasta donde me llega— Responde.

— No, responde tú Izan— sus ojos solo me observan y ya no nesecito que diga nada más para saber la respuesta— ¡¿Como fuiste capaz de decírselo a papá?!— le reclamo, totalmente exaltada— Tu no eres... ¡Sabías lo que le haría!, ¡Lo sabías! Y aún así lo hiciste.

Sus ojos pasan de observarme sin ningún tipo de expresión a algo parecido a la decepción. Retrocedo ante el cambio. Él no suele mirarme así. Es como si mis palabras le dolieran, como si le dolieran de verdad.

— ¿Por qué me miras así?

— ¿De verdad crees eso de mi Zibá?— su pregunta me sienta como una patada en el estómago. Se acerca a paso lento hasta que lo tengo delante— ¿De verdad lo crees?

— Yo...

— No lo dudes y solo dímelo— me exige. Algo dentro de mi me impide seguir viéndolo durante más tiempo, así que agacho la cabeza— No— me toma por el mentón con delicadeza y me obliga a mirarlo. Desde aquí puedo sentir su respiración— Yo no soy papá. Yo no soy... Ese monstruo— dice con los dientes apretados— Te prohíbo que agaches la cabeza delante de mí.

Me siento mal cuando sus ojos encuentran los míos. No sé en qué pensar. Todo apunta a que él habló con papá pero...

— ¿Que pasó en realidad?— pregunto con un tono más suave— Dímelo.

— Ha pasado mucho tiempo Zibá.

— Y aún así quiero saber.

Su pulgar avanza hasta apartar un mechón de mi cara y su mano se queda en mi mejilla. La tela se siente rasposa y tibia cuando sigue acariciando pero no le digo nada, solo lo observo en silencio.

— Ese día, si ví lo que pasó en las escaleras— empieza a contar con sus ojos pegados a los míos— Bajó las escaleras mientras que tú te ibas casi corriendo a tu habitación. La detuve antes de que bajara más y le pregunté si podía hablar con ella pero no quiso. La seguí hasta que llegamos a la cocina y ahí fué donde comenzamos a discutir. Le reclamé por lo que te había echo pero no nos dimos cuenta de que papá acababa de entrar y escuchó todo— Mi estómago se retuerce por algo que conozco muy bien: culpa. Me siento culpable por haber pensado tan mal de él pero no puedo pensar mucho antes de que siga hablando— Le ordenó a Crisa que se fuera a su habitación y se quedó conmigo para interrogarme. No le respondí a nada, pero lo que había oído antes era más que suficiente para que él solo llegara a una conclusión y fué entonces cuando castigó a Crisa.

No supe cómo reaccionar a eso, al menos hasta que sus manos se separaron de mi rostro para observar mi reacción, la cual era... Nada. No sabía qué cara poner o qué decir. Había dudado de él cuando en realidad no había echo nada.

— Izan, yo...

— No importa.

Iba a alejarse, es solo que lo tomé de la mano y lo jalé tan fuerte que mi cara golpeó su pecho. Se quedó estático, al menos hasta que mis manos rodearon su torso. El desgraciado seguía siendo más alto que yo. Unas lágrimas traicioneras salieron de donde las tenía escondidas así que las limpié con rapidez. Es solo que a Izan no se le pasó por alto.

— Perdoname— susurré con la cara aplastada por su pecho— Perdón. Soy una idiota.

— Bueno— dice cuando separa mi cara de su cuerpo para limpiar él mismo las lágrimas que seguían saliendo las muy traicioneras— Supongo que todos tenemos un poco de eso.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora