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La doctora Green no dejaba de ver su maletín sin siquiera hacer un ademán de tocarlo. Su pierna eufórica subía y bajaba sin control alguno y llevaba tanto rato así que opté por darle el tiempo que necesitara y me senté frente a mi piano. Tenía que practicar la pieza que tocaría en la boda de Kia.

Yo ya lo tenía planeado, luego me lo pidió papá. Estaba terminando las melodías cuando escuché un suspiro y como el repiqueteo del tacón de la doctora se detenía. Luego de esto tenía que ir a hablar con Arantza. No había olvidado las melodías de su violín y tampoco se me pasó por alto que no a salido de su habitación.

- ¿P-por que... Tu... Él...

- ¿Necesita un vaso de agua doctora?- pregunté sin dejar de tocar.

- Por Dios- susurró- Zibá... Yo...

- No tiene que preocuparse por mí- la corté, poniéndome de pié para sentarme a su lado- sé que tiene una hija de mi misma edad y también sé que es madre soltera. Entiendo el motivo de su preocupación, pero si no quiere meterse en problemas será mejor que solo haga su trabajo.

- ¿Por qué no me lo dijiste antes?- preguntó con ojos llorosos, realmente alterada.

- Si quiere se lo puedo contar ahora- dije de golpe, haciendo que su cara quedara lívida- Aunque creo que no le agradará nada saber los detalles- agregué.

- Zibá...

- Haga su trabajo doctora Green.

- Solo tienes doce años cariño, ¿Desde cuándo lo hace?

- Ya le dije que no le gustará nada saber la respuesta a eso. No haga preguntas de las que no quiere saber las respuestas por favor.

Ahora ella también lo sabía. Ya no era solamente Louis, también era ella. ¿Sería capaz de guardar el secreto?, ¿Era eso lo que yo realmente quería?

Yo quería que todo terminara. Quería que alguien se diera cuenta y que fuera lo suficientemente valiente para ayudarme. ¿Sería ella paz de...

- ¿En qué piensa doctora Green?- pregunté con suavidad.

Una suavidad que me dejó con un sentimiento raro, porque yo no suelo hablarle de esa forma a nadie que no sea de la familia. La doctora estaba pálida y sus manos apretaban su ropa de manera ansiosa.

- Tengo que ayudarte Zibá. Él... Él te...

- ¿Lo hará?- susurré.

No me gustó que mi voz saliera casi como una súplica, pero ya que. La doctora me tomó la mano sin mirarme a la cara y apretó mi dorso contra su frente. Sus mejillas estaban pegajosas por las lágrimas que había soltado hasta ese momento. Esperé, con la esperanza de que dijera lo que yo más quería escuchar desde los cinco años. Pero nunca pasó. La doctora separó mi mano de su cara y me miró con la disculpa escrita en sus ojos. Nunca admitiría como ese simple gesto me destrozó por dentro.

- Zibá, él... Me amenazó... Tú.... Sabes que tengo una bebé en casa Zibá. De verdad, lamento mucho no poder hacer nada para ayudarte.

Respiré con pesadez y me tragué en nudo de la garganta acompañado de lo salado de las lágrimas con un autocontrol que había desarrollado desde hacía años. Ya me lo esperaba. Papá no podía dejar que nadie se diera cuenta de lo culpable que era. Era algo que no se podía permitir. Con esfuerzo, tomé la mano de la doctora y la apreté. Tenía razón. Su hija estaba por encima de todo, y yo no podría aguantar el peso de la culpa si les llegaba a pasar algo a ella o a su bebé.

- No se preocupe doctora- susurré con amargura, aunque traté que ella no se diera cuenta- Es una excelente madre, nunca dude de eso. Yo haré todo lo posible por resistir y por ayudarla. De verdad lamento haberla puesto en esta situación- me puse de pié con cuidado y me volví a sentar en el banco delante de piano- Ahora, haga su trabajo por favor. Su hija la espera en casa.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora