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Mi profesor ya se había marchado. Había pasado bastante tiempo en mi habitación ensayando en el piano y no había querido salir luego que terminó la clase. Claro que no nesecité salir para que mi tormento viniera a mí. Podía sentir su mirada desde la puerta, como si me estuviera quemando la espalda solo con hacer eso pero no me volteé a verlo, solo seguía presionando las teclas del piano mientras que en la habitación contigua a la mía, después de la de Louis, se escuchaban las notas musicales de un violín siguiendo el ritmo de Clair de lune de Claude Debussy.

Arantza y yo compartimos el mismo gusto en música. A veces ella me escucha y hace melodías que concuerden con las mías desde su habitación, a veces soy yo la que lo hace. Es como una forma de entretenernos cuando no queremos salir de la habitación, pero para mí, es una forma de perdir ayuda.

- ¿No piensas salir?

El sonido que generó la tecla al presionar de golpe sonó fuerte y desafinado, como si quisiera decirme que eso había dolido. Al otro lado Arantza también dejó de tocar.

- Hola papá- lo saludé.

Mi mano bajó a mi regazo, mi espalda estaba recta y mi cabello bien peinado oscilando por detrás de mi espalda hasta llegar a mi cadera. Las chicas no teníamos permitido cortar nuestro cabello, solo venía una peluquera una vez al mes para cortar todo lo que estuviera dañado pero no más. De un momento a otro sentí su presencia muy cerca.

Su cadera quedó apoyada del piano. Su pantalón estaba muy bien planchado, sin asomo de imperfecciones y su saco estaba igual. Tenía una corbata vino tinto. Intenté no dar ni un respingo cuando su mano tomó uno de mis mechones de cabello.

- Toca- ordenó con suavidad.

Sin poder hacer nada comencé a tocar. Una melodía que yo misma había compuesto semanas atrás. A él le gustaban las cosas que yo componía y bien que lo sabía. Las notas eran lentas pero fluidas. Estaba más que segura que Arantza podía escucharme tocar, pero aún así no me acompañó con el violín. Ella es una de las mayores de esta enorme casa, tiene Dieciocho años. De pequeña me encantó oírla tocar el violín y con una sonrisa al verme de pie en la puerta de su habitación con tan solo cinco años me invitó a pasar y con mucha paciencia me enseñó a tocarlo. Claro que mi especialidad es el piano. Solo que, en esos momentos aprendimos a escuchar. Escuchar qué cosas eran las que compartíamos por medio de las notas. Cuando estábamos felices, cuando nos sentíamos mal, cuando nos dolía algo... Incluso cuando teníamos hambre y queríamos un bocadillo.

En éstos momentos mi melodía le impidió seguir tocando. Mis emociones estaban más que claras en cada nota, proyectadas como un reflejo en el agua. La mano de papá bajó a mi hombro, con su pulgar trazó una línea invisible por mi cuello hasta que llegó a mi mentón y con ella me hizo girar a verlo y las notas cesaron. Su cabello plateado ya estaba completamente arreglado, duro por todo el gel que se había puesto, su rostro con leves arrugas alrededor de los ojos café claro avisan que ya la edad comienza a jugarle sucio. Supongo que en su juventud fué muy guapo.

Con sólo doce años puedo darme cuenta de eso, porque he visto lo suficiente para aparentar más edad y mi mente se desarrolló más rápido de lo que yo hubiera querido jamás. Dejé de ser niña hace mucho tiempo atrás y maduré tanto que ahora me doy cuenta que el tiempo no es mi amigo... Porque no me esperó y no fué lo suficientemente paciente para dejarme crecer como se debía.

La mano de papá se quedó quieta allí, con sus ojos sujetos a los míos hasta que me soltó, pero no rompí el contacto. Lo conocía lo bastante bien para saber que quería decirme algo.

- Tu doctora ya ha llegado.

Debí haberlo imaginado. A la casa solo venían un doctor para los chicos y una doctora para las chicas, o al menos eso pensaban todos mis hermanos porque papá tenía una tercera doctora designada solo para mí. Louis se dió cuenta hace mucho, pero le pedí que no dijera nada. No quería verme como la niña pequeña de la casa a la que le pasa algo. Parece que todo lo malo que guarda esta casa recayó sólamente en mí. Solamente asentí para mostrarle que había oído lo que me dijo. Él me sonrió, pasó su mano de mi mentón a mi cabello, lo acarició un momento y luego se separó del piano para darme un beso en la mejilla.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora