8

6 3 0
                                    

Recordaba haber visto la torre Eiffel en un dibujo de los libros cuando mi profesor me daba una clase de historia. Pero eso no es nada comparado con la emoción con la que las palabras salen de la boca de mi cuñado. Yo me cubro la boca cuando sus exageradas exclamaciones me hacen sonreír y Kia solo se burla de mi cara, pero no me importa. Me encantan esas historias. Es como escuchar a Frey leerme uno de sus libros con tanta emoción que en mi cabeza no hay más espacio sino para imaginarme el escenario.

Justo en la puerta para entrar a la casa, al lado de las mesitas en las que tomamos el té que es donde estamos sentados, se encuenta parado el mayordomo y una de las sirvientas, vigilando todo lo que hacemos.

Es una norma de papá. Si Arlo viene y él no está, tendrá que haber alguien que se encargue de vigilar lo que pasa durante su visita. No es por nada malo, papá al menos les permitió darse besos durante el noviazgo, solo le preocupa que las cosas pasen a mayores antes del matrimonio. Es por eso que los vigila. Al menos después de la boda no tendrán que preocuparse por eso.

— Y cuéntame Zibá, ¿Haz echo alguna travesura en las semanas que no nos vimos?— pregunta Arlo luego de haber terminado la historia mientras acaricia la mano de mi hermana.

Es obvio que le pongo mala cara.

— ¿Por quién me tomas?, ¡Mi comportamiento es ejemplar!

— ¿Eso es cierto cielo?

Kia sonríe divertida cuando los ojos de Arlo y los míos pasan a ella como rayos. Es de esperarse que solo asiente con la cabeza y toma de su jugo de naranja. Pongo cara de suficiencia hacia él, que me mira con los ojos entornados.

— ¿Vez?, soy una mujer obediente.

Arlo borra la sonrisa de golpe y Kia también. Y unos segundos después yo también al darme cuenta de lo que dije. Dejo mi vaso de jugo en la mesa y me obligo a volver a sonreír.

— Zibá, ya habíamos hablado de esto cielo— dice con suavidad al verme la cara, un poco roja— No eres una mujer, eres una niña, y debes comportarte como tal.

Arlo desde que me conoció notó cosas. Claro, su especialidad le ayudó. Es un graduado en psicología infantil, por eso pudo darse cuenta de cosas que mis otros hermanos en todos los años que han vivido conmigo no han notado. Al principio, en la fiesta donde conoció a mi padre, a Kia y por ende a toda la familia solo pensó que me comportaba así porque la fiesta estaba repleta de personas adultas y no habían niños con los que pudiera jugar. Pero más tarde, en la primera visita que le hizo a Kia cuando solo eran amigos, yo tenía diez años, y se dió cuenta que no solo había sido la fiesta. Sino que yo siempre me comportaba así.

Un día, cuando su relación con Kia ya era formal, se sentó a conversar conmigo y me hizo una serie de preguntas con dulzura, nada que no fuera normal. Entre ellas si me gustaba jugar con muñecas, si tenía o quería amigos, si sabía que levantarme de noche a comerme un bocadillo no estaba mal sino que eran cosas que los niños de mi edad hacían... Cosas como esas y yo le respondí que jugar con muñecas era una total pérdida de tiempo, que no quería amigos porque los niños solo eran llorones y yo no tenía permitido llorar y que no me levantaba en la noche a comer nada ya que eso me traería consecuencias más tarde.

Su cara al momento fué un poema. Estaba entre serio e impactado por todo lo que le había dicho casi sin parpadear. Luego le preguntó a Kia, quién lo puso al tanto de las normas que teníamos en casa y que yo no tenía amigos de mi edad porque papá no nos dejaba salir de casa y tampoco traía gente a menos que fuera por alguna de sus reuniones en las cuales no había ni un niño. A él le preocupó todo eso, pero no rechistó y poco a poco se adaptó a nuestra forma de vivir. Solo que, no dejó de observarme, aunque no de la misma forma que papá lo hacía, me miraba con la intensión de entenderme, de saber qué era lo que me pasaba, y eso, aunque me llenó de felicidad porque alguien al fin quería saber, quería darse cuenta de todo, también me trajo terror y miedo.

¿Que pasaría si Arlo de verdad se da cuenta? ¿Que haría papá o qué me haría a mí? ¿Arlo sería capaz de hacer algo o solo de quedaría callado y haría de la vista gorda con todo?

Preguntas como esas me obligaron a no hacerme notar con él, pero la insistencia seguía y un día supe que había hablado con papá pidiendo su permiso para venir no como el novio de Kia sino como el doctor que era a hablar conmigo. No le mencionó nada a papá sobre mi comportamiento lo cual fué un alivio, solo le dijo que al tener hermanos tan grandes podía llegar a sentirme sola y quizás hablar con alguien me ayudaría. Pero papá era listo. Era muy listo. Le dijo con una cálida sonrisa y palmadas en el hombro que yo estaba bien y que no nesecitaba nada de eso ya que, si él notaba algo en mí, llamaría de inmediato a un médico. Le dijo que él solo debía preocuparse por su noviazgo con Kia y que pronto se convertirían en una familia.

Los monstruos se esconden detrás de cosas que son llamativas para algunos o que pasan desapercibidos para otros.

En este caso, Arlo no supo diferenciar entre la sonrisa del hombre que conoce como su futuro suegro y el monstruo que se escondió detrás. Claro que no dejó de observarme y Kia en nuestras conversaciones sin sentido a intentado preguntarme sobre mi relación con todos en la casa.

— Si, lo sé Arlo y lo siento— susurré volviendo a la conversación.

Él negó con la cabeza.

— No importa— le sonreí un poco— Oye, me dijeron que tus trece están cerca.

Y ahí estaba de nuestro el tema.

No me gustaba cumplir trece, lo veía como algo normal y me gustaba menos tener una fiesta en donde no habría nadie que yo conociera de verdad. Solo eran personas con influencias y dinero por todos lados. Nadie que yo considerara un amigo. Pero papá nunca escucharía mi opinión.

— Si— sonreí aunque no tuviera ganas de hacerlo— ¿Vendrás a mi fiesta?

— ¡Pero claro que sí!, ¿Pensabas que no vendría?

— Papá ya comenzó con los preparativos— Dijo una muy sonriente Kia— Me a mencionado algunos, tu fiesta será maravillosa.

La puerta se abrió. El mayordomo y la muchacha de servicio asintieron en forma de saludo y Kia se levantó con una enorme sonrisa. Yo ni siquiera miré a quién había entrado y Arlo se me quedó mirando con el ceño levemente fruncido. Sus ojos dorados quedaron opacados por la sombra cuando agachó la cara hacia mi.

— ¡Oh, Arlo!, No recordaba que estarías aquí— exclamó papá con Kia enganchada de un brazo.

— Hola señor Maklafferdie, debe haberlo olvidado, le avisé ayer por la tarde— le respondió mi cuñado sin inmutarse cuando papá se dió cuenta de que me estaba mirando a mi.

Desde mi lugar se podía ver el pasto recién cortado que rodeaba la cancha donde estaban Dylan e Izan sentados, tomando el sol. Pero sus ojos estaban en dirección a nosotros. No se estaban perdiendo nada a pesar de que estaban conversando.

— Cariño— papá se agachó a mi lado y pasó una de sus rasposas manos por mi hombro para liberarlo de mi cabello— Nesecito que vayas a tu habitación.

Me tensé al instante y bajé de golpe la mirada hacia él. Que vaya...

— Papá— miró a Kia que apretaba la mano de Arlo como si no encontrara otra cosa para sostenerse.

Papá entendió nuestras caras de terror al instante y empezó a reír. Se reía. El imbécil se reía dejándome peor de lo que ya estaba.

— No te pedí que fueras a tu habitación porque estés castigada cariño.

Fruncí el ceño sin comprender, pero papá apretó su pulgar contra mi frente deshaciendo una arruga que se había formado.

— Alguien te está esperando.

Y con eso señaló hacia la puerta. La doctora Sandra Green, mi doctora estaba allí, de pié con su maletín apretado entre sus manos. Su cara estaba pálida, ausente de todo color y sus manos tan apretadas entorno a su maletín que los nudillos estaban completamente blancos. Su expresión era de horror absoluto aunque se esforzó por sonreírles a todos los presentes.

Su cara ya me dejaba en claro lo que le pasaba, así que me puse de pie, me despedí de Arlo con un abrazo pequeño y la seguí escaleras arriba. Sus pasos eran torpes, se tropezaba y temblaba a medida que avanzaba lo cual, en un acto de piedad de mí hacia ella me obligué a tomarla de la mano.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora