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A penas había puesto un pie dentro de la casa y ya me había encontrado a mamá. Estaba a punto de salir cuando yo entré. Me detuve delante de ella aunque mi deseo era llegar a mi habitación. Su mirada estaba en mis ojos, pero de a poco me fué mirando más abajo, (mi vestido y mis zapatillas).

Mi cabello también estaba desordenado pero era obligatorio teniendo en cuenta lo que estaba jugando. Claro que eso a ella no le importaba. Poco a poco volvió a subir la mirada y me sonrió, aunque esa no podía llamarse una sonrisa, era más bien una mueca perversa que me generó un escalofrío por toda mi espalda.

— Sinceramente esperaba que ya no estuvieras aquí.

Sus palabras fueron como un alfiler traspasando mi carne. Me hicieron bajar la mirada y apretar mi vestido con mis manos.

— Papá no nos deja salir madre.

Chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.

— Cierto, esa estúpida norma que tiene. Lástima que no eres Kia, te podrías largar y no sabría nada de ti. Eso estaría mejor que bien.

— Yo...

— Ni siquiera sé cómo puedes llamarme madre luego de lo que hiciste.

«No fué mi culpa»

Me mordí el labio para evitar decir eso y cerré los ojos para que las lágrimas no salieran. Escuché sus pasos resonar por el suelo cuando pasó por mi lado sin decir nada más. Era un don de ella, hablar durante menos de cinco minutos y sin embargo hacerme sentir como una basura. Seguí mi camino a pasos rápidos por las escaleras hasta llegar al piso de arriba, solo que, a penas puse un pie en él, algo me hizo caer de rodillas al suelo. Crisa se reía mientras apartaba el pie que había atravesado para que me tropezara.

— Más te vale no decir nada de esto zorra.

Bajó las escaleras mirando su hermosa manicura. Pude haberle dicho algo, pero en esos momentos no me encontraba en las circunstancias que me permitieran hacerlo. Al momento de llegar a mi habitación, la cerré con cuidado de que ninguno de mis hermanos— o al menos los que estuvieran en sus habitaciones— me vieran o escucharan. Recargué mi espalda contra la puerta, sosteniendo con fuerza la cerradura de mi puerta, con temor de que alguien entrara y me viera. No tenía permitido poner el seguro por más que lo deseara. No había pasado ni un minuto cuando escuché tres toques en la madera. Apreté los ojos y los dedos contra la cerradura y respiré con agite antes de responder.

— ¿Si?

Mi voz era menuda, demasiado baja como para que alguien me escuchara con claridad, pero, como el piso estaba en total silencio, se pudo escuchar.

— ¿Hermana?

Ronald.

— ¿Que pasa?

— Eso quiero saber— dijo con voz suave, lo cual era raro en él porque siempre buscaba los momentos para hacer bromas o burlarse de algo— La puerta de mi habitación estaba abierta y te e visto casi corriendo, ¿Sucede algo?

Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Sentí lo caliente mientras caía hasta que tocó al suelo.

No podía.
No podía decir nada.
Sino...

— N-no— pasé saliva intentando tranquilizarme— No pasa nada hermano.

— ¿Estás segura?— no parecía convencido— ¿Quieres que te traiga algo?, ¿Un vaso de agua quizás?

— Estoy bien— murmuré, aunque no me lo creía ni yo.

Solo quería que se fuera. Quería entrar al baño ya. Era una nesecidad que se había despertado desde que era más pequeña. Pensé que nunca se iría, pero después de un rato aceptó con la condición de que volvería más tarde. Esperaba estar mejor más tarde.

Con cuidado me dejé caer hasta que toqué el suelo y las lágrimas salieron con fuerza, pero en silencio. El agua en la ducha era tibia, pero no me moví, solo dejé que el agua caliente se llevara todo lo malo, aunque solo fuera por un tiempo realmente efímero. Cuando acabé, me envolví en el albornoz que colgaba de la pared junto a mis toallas y pañuelos. El espejo estaba cubierto por una densa tela al igual que todos los que tenía cerca. No soportaba verme en ellos y la verdad era que me daba igual cómo me veía. Me gustaba tener todo en orden, pero en ese momento solo quería estar quieta, así que no hice más que salir del baño y lanzarme a la cama. Todavía faltaba mucho para la cena, así que no pasaba nada si me dormía un rato.

No sabía cuanto tiempo había pasado cuando me desperté. O mejor dicho, un grito ensordecedor lo hizo. Me senté en la cama de golpe. Me quedé quieta pensando que era mi imaginación, pero luego escuché un gimoteo y otro grito, aunque más bajo, venir desde afuera de mi habitación. Me vestí lo más rápido que pude, aturdida y miré un vaso de agua en la mesa junto a mi cama. Ronald si había venido, pero supongo que yo ya estaba dormida.

Me estremecí cuando otro grito salió de una de las habitaciones. Caminé a través de todo el pasillo abrazándome a mi misma, con temor de que fuera lo que estaba pensando, aunque era más que obvio que de eso se trataba. Solo me preguntaba quién era el que gritaba. Al final del pasillo, cerca de las escaleras, salió Dylan de su habitación. Al verme sonrió con tristeza y alargó un brazo hacia mí para que caminara hacia él. Su brazo pasó por mis hombros hasta encontrar una posición cómoda y así bajamos las escaleras.

En silencio, sin decir ni expresar nada de lo que estaba pasando mientras los gritos azorados seguían llenando el ambiente.

Era la hora de la cena, o eso pude captar por el rabillo del ojo en el reloj de la sala sobre el marco de la puerta que conduce hacia otro pasillo, así que no me sorprendió ver a todos los demás en la mesa del comedor, a excepción de Dylan, de mí y de otras dos personas de las que solo pude darme cuenta una vez sentada.

Faltaba papá y Crisa.

Crisa.

¿Que había pasado mientras dormía?

Miré a mamá. Ella solo comía con mala cara, apuñalando al trozo de carne de su plato con el tenedor. Arantza del otro lado solo me sonrió un poco cuando cruzamos miradas y Louis no hacía más que retorcer su servilleta en su regazo con gesto nervioso y ansioso. No tenía nada de apetito, y creo que lo mismo le pasaba a Izan, porque mientras todos comían, él y yo veíamos nuestro plato como si le hubieran salido ojos.

El sonido de la puerta abriendose nos hizo levantar la mirada a todos. Mamá se tensó por completo y Maliah dió un respingo que Bell y Kia se encargaron de calmar.

Papá entró al comedor con su cara completamente sudada, la respiración agitada y las manos rojas por la presión. Al echar un vistazo pude captar la ausencia de su cinturón. Suspiré aliviada de que, al menos, hubiera sido con eso y no con otra cosa. Al sentarse, sonrió como si nada, tomando el cuchillo con una mano y el tenedor con la otra.

Me causó un respingo que a la primera persona que viera de la mesa fuera a mí, a pesar de la mirada asesina y acusatoria que mamá le estaba lanzando justo a su lado.

— Cariño, tu cumpleaños será mucho antes de la boda de Kia y la fiesta de celebración de la inaguración. Te haré una fiesta enorme y te daré el regalo que más quieras.

Quizás fué por el agite del momento, o quizás fué solo un despiste, pero sacó el celular de su bolsillo y lo dejó en la mesa, a la vista de todos. Él nos tenía prohibido tener celular o tomar el de él. Por eso nunca lo dejaba cerca de ninguno de nosotros. Nunca salíamos al exterior de la casa porque él decía que las cosas de fuera podían corromper con facilidad a unas personas tan pulcras y puras como nosotros. El único contacto que teníamos con otras personas era en las reuniones que papá o mamá hacían. Siempre había tenido curiosidad de cómo sería estar fuera de casa, pero eso solo lo sabría cuando tuviera la edad de Kia, me casara y me fuera de aquí.

No respondí a lo que me dijo, porque no había sido pregunta sino una afirmación.

Mamá al ver que papá miraba a otra parte para no verla, se recostó de la silla y dejó en tenedor en la mesa con una fuerza desmedida que hizo que Ronald y Ryan dieran un salto en su silla.

— Por cierto— todos lo miramos, aunque sus ojos solo se detuvieron en Izan y él también le sostuvo la mirada a papá— Crisa está castigada.

Perdida entre la perfecta imperfección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora